Guaranga: UN guaraní como léxico familiar
- Lean Alba

- 21 jul
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 24 jul
Las palabras de Lean Alba que siguen a continuación tuvieron lugar en la presentación en Buenos Aires de Guaranga, la primera novela de Paz Solís Durigo. En ellas, el escritor propone una lectura del libro desde la etimología de su nombre.

Paz y yo nos cruzamos en un mismo camino. Supongo que ese camino nos acercaba, nos acerca, al color de las palabras que escuchábamos cuando éramos cachorros. Hablo del sabor de un idioma, del calor del brasero, del eco de los ríos que bañan el litoral. Hablo del guaraní.
Son esos recuerdos que están en los márgenes los que estructuran su literatura. No se desprenden del bronce ni de la Historia (mucho menos como única y con mayúscula) ¿Cuál es el objetivo? Ubicarles un escenario hecho de palabras y devolverlos al centro de su historia.
Los personajes de Paz, no solo en Guaranga, suelen habitar idiomas que les confirman su identidad en la medida que lo hablan.
Me gustaría detenerme en esto, porque, si hacemos memoria, muchos de los que estamos aquí venimos de familias de las que se ha dicho que hablaban mal. Guarangos.
¿Por qué esta impugnación?
Sucede que muchos pretendían que inventaran, tal vez, equivalencias entre el guaraní y el castellano, como si existiera una traducción única, perfecta, seguramente totalitaria. Esta demanda trae muchos inconvenientes. Por ejemplo, en guaraní no se utilizan artículos y esto es impugnado como una falta. Una especie de castración civilizatoria que opera, incluso, como filtro. En este tipo de represiones es donde mejor se observa la matriz colonial, porque se actúa de forma directa en el lenguaje, en la representación y, por sobre todo, en la identidad del hablante, quien debe elegir: hablar “bien”. O ser guarango.
De esto también deriva cierta forma de vergüenza que, como se sabe, es amiga del silencio. Toda una subjetividad lacerada.

Para gran parte de la historia, somos nietos de gente de segunda. Probablemente, de “cabecitas negras”. Por esa razón, la literatura siempre permite una forma de venganza. Si lo viera de otra manera, preferiría dedicarme a otra cosa. De algún modo, reponer estas subjetividades es trabajar por una forma de justicia. Como decía el querido Paco Urondo, buscando la justeza de la palabra justa. Difícilmente pueda lograrse esto sin armas. En el caso que nos convoca, se trata de palabras. Y es por eso que en Guaranga, Paz utiliza todo tipo de formas para emplearlas, porque en el libro pueden encontrarse prosa, poesía, cantos, rezos, fotos, dibujos. Es como si, de algún modo, Paz utilizara todos los recursos para llevarnos a un lugar donde las palabras ya no alcanzan. Se trata de una apuesta tanto de forma como de contenido. Una propuesta a navegar un lenguaje propio. Uno guarango.
Todo esto conforma pedazos de un idioma que le es propio. Porque, como señalaba Natalia Ginzburg, además del idioma, existe un léxico familiar. Un sistema de significación que nos resulta confortable como una cuna.
Eso es lo que hace Paz en Guaranga, busca reponer SU guaraní como quien busca evocar el gusto de una fruta. Tal vez sea el mango o el ananá, la caña o, por qué no, la mismísima guayaba. O un abrazo abuelo, un beso tío, una caricia de río litoral que moja en los sueños. Mancillar estas fotos, recuerdos y evocaciones ponderando una única visión del guaraní es, en cierto sentido, caer en otro modo de totalitarismo.
La protagonista de Guaranga tiene cáncer, un tumor. No les estoy spoileando nada, eso está en la primera página. La visión occidental diría, bueno, aquí no hay historia: se corta, se edita el tumor y a otra cosa.
Sin embargo, la narradora de Paz parece escaparse de esa visión. El tumor no es un enemigo interno al que hay que perseguir, torturar y desaparecer. Por esa razón, sobre esta premisa cae un manto de poesía que intenta reponer lo que dicha lógica occidental no puede. En ese cuerpo, además de un tumor, habitan consignas, historias, incluso un idioma que, como el tumor, está pidiendo pista.
“¿Mi cuerpo es mío?” —piensa la protagonista, mientras el bisturí espera por su cuerpo. Todo tambalea a partir del diagnóstico. Sin embargo, donde todos ven un tumor, un agente maligno al servicio de la muerte, la protagonista ve una itakarú: una piedra con la que se puede hablar, que la entiende, que la escucha sobre todo. Y a la que, inclusive, decide bautizar: Maritza.
Me interesa, también, esa relectura de la tragedia que termina por erigirse como eje principal. Esa relectura es el tono de toda la novela. Más aún en estos tiempos. Un gesto de mirar hacia atrás para evocar y retornar con una nostalgia que no congela, sino más bien que entusiasma.

Otro punto que sobresale es el hecho de asignarle a la palabra un rol sanador. Es una concepción espiritual, chamánica y guaranítica. Esta perspectiva se ata con los recuerdos que se le despiertan a la protagonista cuando el idioma comienza a crecer en ella al igual que el tumor. Y esta lectura es la que le permite a Paz la utilización de múltiples recursos: su personaje está en una situación límite y su historia se construye desde los bordes.
En la medida que la protagonista avanza en la búsqueda también se abraza a una cosmogonía que la sostiene como quien se reencuentra con una vieja amiga. Un léxico familiar, mejor dicho. Un sistema de significación que nos resulta confortable como una cuna.
Esta me parece que es una de las claves de lectura que más sobresalen de la novela: encontrar en la dimensión del sentir una propuesta política.
Insisto: Paz ubica en la dimensión del sentir una propuesta política. No baja línea, le deja esa desesperación por querer contarlo todo sin preocuparse por el dramatismo a quienes presentan libros. Ella, en cambio, utiliza todas las herramientas disponibles para escribir una historia en castellano pero con el sentir guaraní. SU guaraní, UN guaraní, que también ingresa en la novela como "susurro-sapukái" (con un glosario al final que ayuda al lector a acceder a él). Es por eso que la narración es híbrida y está habitada por la prosa y la poesía. La cohesión se la da el ritmo propio de la musicalidad.
Todo esto se observa en un primer nivel en Guaranga. Es más, de toda esta forma, de esta concepción, podríamos decir que se desprende un modo de leer guarango, plebeyo.
Me permito una digresión sobre este término, para la Real Academia Española “guarango” significa: incivil, grosero, desmañado (falto de maña o habilidad). Es decir, según estos planteos, un guarango sería algo así como un ser menor, que hay que cuidar de él porque, bajo este criterio, no puede valerse de sí mismo. Esa es, al menos, la versión oficial de su significado, según la RAE.
Pensaba en estos discursos, los oficiales y los artísticos, en estos momentos. Este podría ser otro nivel de lectura. Sobre todo, analizando cierta vacancia que se observa en el discurso político actual, donde lo reaccionario ha tomado cualidades revolucionarias en términos discursivos. Y donde pocas veces ocurrió que sean tantos los argumentos para discutirle a una agenda. Sin embargo, las objeciones se demoran en el sopor de la inacción.

Involucro esta arista en mi lectura porque estoy convencido que esa falta de respuesta política se traduce en efervescencia dentro la escena artística actual. Cuando escribía estas líneas pensaba también en escritores como Lula Comeron, autora de Re-Sentida. Y otros, como Sergio Gramajo, autor de Talón Rajado. Junto con Guaranga de Paz Solís, son textos que se inscriben dentro de la poética del cuerpo. En el caso de Talón Rajado, su nombre lo dice: una historia que habita en las marcas, en Re-Sentida es el género el que habla y en Guaranga la piedra-idioma que es identidad. Esas cosas está diciendo, por ejemplo, la literatura hoy: cuerpos-territorios.
Pese a su búsqueda, Paz no romantiza ni la historia que escribe ni la que la escribió a ella. En todo caso, como en su novela, la dramatización mediante la ficción permite acceder a una nueva dimensión de las cosas, inclusive de los recuerdos.
La escritura es una especie de vector que le otorga un sentido a los recuerdos, lo que nos permite alejar el concepto de la ficción y la mentira. Creo que este tipo de distinciones son convenientes en estos momentos, lo contrario implica restarle potencia política al trabajo de escribir.
Como decía al principio, la única certeza en estas páginas es que es la primera novela de Paz. Pero, por sobre todo, las páginas son testigos de un cambio, de una ruptura. Ahora, los guarangos también podemos encontrarnos en estas páginas, para juntar nuestros idiomas, nuestros léxicos familiares y reconocernos.

Podés comprar el libro en:
Librería Caburé (México 620, San Telmo, CABA) o en su web desde la cual hacen envíos a todo el país: https://caburelibros.ar/product/guaranga/
Librería La Libre (Chacabuco 917, San Telmo, CABA) o en su web desde la cual hacen envíos nacionales e internacionales:
https://tienda.lalibre.com.ar/productos/guaranga-paz-solis-durigo/
Librería Crisol (Libertad 412, Santa Rosa de Calamuchita, Córdoba)
LEANDRO ALBA

Oriundo de la República separatista de Haedo.
Colaboró en distintos medios, como Cosecha Roja, Perfil, la revista Cordón y Hamartia. Se formó en medios alternativos, como la FM Fribuay y fue columnista en la radio de Las Madres AM 530, entre otras.
Escribe ficción. Quiere escribir un cuento cuyo narrador está siempre apremiado por el tiempo. No encuentra cuándo.
PAZ SOLÍS DURIGO

Vive entre los cerros y los ríos de Córdoba. Es música, licenciada en Letras (UBA) y maestranda en Estudios Literarios Latinoamericanos (UNTREF). También es docente universitaria en UNR e investiga el concepto de Buen Vivir en la poesía guaraní (CONICET). En 2023, publicó Contra todos los males (Avagata, Asunción), libro que incluye letras de sus canciones en castellano y en guaraní. A fines de 2024, publicó Guaranga (Caburé Libros), su primera novela. Y en 2026, saldrá su novela infanto-juvenil Los gatos de la abuela Queché (Boris Ediciones).






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