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Foto del escritorMiguel Martínez Naón

Luis Benítez: “No es tan importante lo que escribe el poeta, sino lo que los lectores interpretan de lo que ha escrito”

En esta conversación, Miguel Martínez Naón recorre junto al poeta Luis Benítez su larga trayectoria como escritor -desde la generación de los 80' hasta hoy-. Asimismo, Benítez ofrece su visión acerca de la poesía (ligada a la Historia y la política), como de las lecturas de su obra, y de algunos poetas (Francisco Madariaga, Enrique Molina, Olga Orozco, entre otros). Finalmente, nos cuenta sobre El diario de Lilith, el poemario en el que está trabajando actualmente: "cada poema, es una suerte de apunte que toma ella (Lilith) de la situación de la mujer en las distintas épocas y bajo los distintos patriarcados".


por Miguel Martínez Naón





Luis Benítez nació en la ciudad de Buenos Aires, donde reside actualmente. Es poeta, narrador, ensayista y dramaturgo. Publicó Poemas de la tierra y la memoria, Fractal, El pasado y las vísperas, La tarde del elefante, etc. Entre sus más variados ensayos ha publicado recientemente Historia de la poesía argentina, de Luis de Tejeda al siglo XX (Buena Vista Editora).


Ha sido merecedor de numerosos premios nacionales e internacionales como La porte des Poetes (París, 1991), el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992) y el Primer Premio Joven Literatura, de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996).


En esta conversación comparte con nosotros una mirada sobre la poesía en la década del 80; su valiosa amistad con otros grandes poetas y un adelanto de lo que será su próximo libro de poemas.



Miguel Martínez Naón: Se lo caracteriza mucho como un poeta de la generación del 1980 en Argentina ¿coincide con esa identidad?


Luis Benítez: Sí, inclusive cronológicamente, mi primer libro, Poemas de la Tierra en la Memoria, salió publicado el 6 de enero del 1980, o sea que hasta donde sé es el primer libro que se publicó de mi generación, y esto se debe a un señor llamado Carrá, que era el impresor, que demoró nueve meses en imprimirlo, o sea que me cambió de generación. Yo en realidad tendría que ser del 70 tardío, como manifiesta la crítica, pero bueno, termino siendo el primer poeta de la generación del 80, por lo menos cronológicamente. El libro es del 6 de enero del 1980.


Juan Sebastián Rodríguez Maza publicó el ensayo “Luis Benítez, Historia Nacional” y en su prólogo sostiene que su poesía tiene una peculiar mirada de la Historia y que es un hito en la Historia de esa década de los 80 ¿Usted también lo considera así?


Yo lo considero sumamente válido, aprecio mucho la lectura, la mirada que ha tenido el profesor Rodríguez Maza sobre mi obra y considero que todo texto es susceptible de distintas lecturas. Es decir, si yo leo un poema en una sala donde hay 20 personas, hay 21 versiones de la misma. Cada lector, cada escucha, traduce a sus propios códigos aquello que el autor escribe, a su propia subjetividad. Exactamente, claro, basándose en su historia, en su forma de ver el mundo, en sus convicciones, y eso enriquece inmensamente el texto primigenio, ¿verdad? O sea, no es tan importante lo que escribe el poeta, sino lo que los lectores interpretan de lo que el autor ha escrito.


O sea, es el poema el que termina de realizarse en la lectura de los otros.


Es poema cuando lo lee alguien ¿Por qué? Porque toda poesía es política, y la política es la relación con el otro. Todo lo que es comunicación, donde hay dos personas, hay una relación política. La política es también interpretación de lo que el otro dice. En el caso de la poesía se aplica perfectamente lo mismo que las artes plásticas y cualquier otra actividad humana. Para mí es algo realmente muy valioso el hecho de que haya diversas, muy variadas, interpretaciones de lo que uno escribe. Esa polisemia es la que enriquece el texto original.


En el ensayo de Maza hay una asociación constante entre su obra y los diversos acontecimientos políticos de la década del 80.


Exactamente.


¿Usted siente que hay una relación entre su escritura y esos acontecimientos? ¿Puede hacer una asociación directa?


Es que es imposible que no exista esa relación directa porque uno es en el mundo, ¿verdad? Uno no es como el hombre de Hegel que flota en el espacio, un ser ahistórico. Uno vive en este mundo y escribe en este mundo. En ese sentido, todo lo que escribimos los autores del 80 y los del 70 también, que participaron de la vida cultural bajo la dictadura militar, escribimos absolutamente, estrechamente, relacionados con la época. No hay otra forma de hacerlo. Aunque en algún texto se transparenta más esa relación y en otros es más sutil. Pero es imposible escapar a tu época. Es como si, por ejemplo, pensamos en un campesino italiano del siglo XIII. Es un hombre del Renacimiento, lo sepa o no, aunque no pinte, igualmente vive en su época. O sea, no es como su abuelo. De la misma manera, en el caso de una autora o un autor de un período dado, es una mujer o un hombre de su época. Y está absolutamente influido por su época. Lo sepa o no, quiero recalcar esto. Coincido plenamente con esa mirada.


Usted ha tenido una gran relación de amistad con poetas que lo antecedieron. Como, por ejemplo, Francisco Madariaga, Enrique Molina u Olga Orozco ¿Puede compartirnos parte de esa experiencia de vida con ellos?


Bueno, al conocerlos a los nombrados yo quedé, por supuesto, deslumbrado. Porque son mis maestros, como lo han sido de la mayoría de mi generación. Tanto Enrique Molina, como Coco Madariaga, como Olga. Yo de Olga no fui amigo como fui amigo íntimo de Madariaga y del gordo Molina. Con Olga nos encontrábamos de casualidad y nos íbamos a tomar un whisky y hablábamos dos horas. Era una persona encantadora. Pero con Enrique y con Coco... ya más asados y más whisky (risas). Desarrollábamos unas jornadas homéricas en mi casa de Palermo que comenzaban en el mediodía del sábado y terminaban el domingo a las nueve de la mañana, más o menos. Fue maravilloso el trato con ellos. Eran hombres de otra época. Porque te digo a vos y digo a quien esté leyendo este artículo, que la actitud de ellos, tanto de Coco como de Enrique y de Olga, era la de hablar con vos de igual a igual. Es decir, cuando el gran Francisco Madariaga, el gran Enrique Molina, se transformó para mí en el gordo Molina, y Francisco Madariaga en Coco, yo sentía plenamente la calidez del contacto con ellos y la forma tan afable de tratar a un poeta joven como yo lo era en ese momento.


¿Qué edad tenía usted?


Estoy hablando de los ochenta, mediados de los ochenta, comienzos de los noventa. Después yo me fui a vivir a Nueva York, cuando volví reinicié el contacto con ellos, pero lamentablemente el fin del siglo se llevó alguna de estas voces mayores de la poesía argentina. Pero el trato con ellos durante años fue de una igualdad, un gran nivel de confianza, de facilidad de conversación sobre los temas más variados, con los dos, tanto con Coco como con el gordo. Eran gente que ya te digo, te los encontrabas por ahí en alguna parte y te ibas a tomar un whisky con ellos si es que tenían tiempo, ellos sin ningún problema, lo cual hace un contraste muy fuerte (esto también lo tengo que decir, aunque es doloroso) con muchas figuras y figuritas del modesto jet set local que te tratan como mirándote desde arriba de un pedestal, y el pedestal supuestamente construido sobre obras que cuando vos las lees son, en el mejor de los casos, medianamente aceptables.


¿Se refiere a poetas más jóvenes?


Con poetas más jóvenes y con poetas también de mi generación y de generaciones anteriores. No con todos, pero sí con algunos (me voy a guardar los nombres). No son tantos, hay gente también como la gente entre las huestes de la poesía. Algunos atorrantes y atorrantas hay.


¿Cree que eso tiene que ver con estos tiempos, con este contexto que estamos atravesando, donde prima el individualismo, o el liberalismo?


Sí, bueno, eso comenzó en la muy bien llamada era de la boludez, que fueron los noventa, y ahora retornamos con más fuerza, parece. Entonces, como la boludez es algo contagioso, hay gente que es portadora, digamos.


Yo leía hoy un poema suyo, que tal vez pueda asociarse a esto que usted dice. El poema “Esta mañana escribí dos poemas”, comienza así:

Esta mañana escribí dos poemas.

No me pregunto ya por el sentido

que tiene o no tiene este oficio oscuro

¿Ha vuelto a preguntarse usted sobre el sentido de este oficio?


Sí, sí, y creo que nos vamos a seguir preguntando siempre por el sentido de este oficio oscuro. Es, en cierta forma, una paráfrasis de una definición que dio mi maestro, Dylan Thomas, cuando dijo que la poesía es este arte sombrío.


¿Por qué sombrío?


Fundamentalmente porque la poesía en sí es un fracaso, lo que queda sobre el papel. La poesía es el intento de hablar de aquello que paradójicamente es inefable. Habla de algo que está más allá de las palabras. Entonces, lo grandioso de la poesía, del arte sombrío, como decía Dylan Thomas, es justamente su fracaso. Cuanto más cercano a lo inefable, más potente es el poema.


Esto tal vez le da otro sentido a su concepción sobre las miserias de los poetas


Y sí, no se puede pedir que alguien sea una joyita moral y que además escriba muy bien. De hecho, en la historia de la literatura hay un montón de casos de personas que escribían muy bien, pero a quien yo no le confiaría la custodia a mi sobrina ¡De ninguna manera!


Cuéntenos de su trabajo actual ¿Está escribiendo? ¿Está con algún proyecto?


Estoy terminando un nuevo poemario que tiene como título El diario de Lilith. Es una serie de poemas inspirados en unas relecturas que hice de la mitología judía medieval, donde se interpretan los dos primeros capítulos del Génesis de una forma muy interesante, porque en el primero la traducción más aceptada dice: Y entonces varón y varona los creó del mismo barro. Y Eva recién aparece en el segundo capítulo del Génesis donde se especifica que la creó, como todos sabemos, de la costilla de Adán, de una parte del hombre.

La mitología judía medieval interpreta que la primera mujer de Adán fue Lilith. Ella termina siendo expulsada del paraíso por negarse a obedecer a Adán. Y entonces le crea, como él no puede estar solo, el pobre Adán le pide un reemplazo, una versión beta. Y ahí crean a Eva de la costilla de Adán. Entonces yo me imaginé que Lilith, siendo un mito, un ser mitológico, es un ser inmortal. Y me imaginé que como ser inmortal, desde aquellos tiempos remotos, llega a estar en nuestros días observando la condición de la mujer siempre sometida al patriarcado en toda época del hogar. Y este Diario de Lilith, cada poema, es una suerte de apunte que toma ella de la situación de la mujer en las distintas épocas y bajo los distintos patriarcados. Ese es lo que estoy, digamos, terminando. Calculo que dentro de estos próximos meses voy a tener la versión definitiva de El diario de Lilith. Fantástico.

¿Este libro nace con esa idea? O sea ¿Usted concibió esta idea antes de comenzar a escribir?


Es lo que hago siempre. Antes de escribir un libro tengo que tener lo que yo llamo el monstruo, que es la idea eje y sus bocetos, una idea general del libro. A veces para seguirla y otras para contradecirla, para tener algo con lo cual pelearme, algo a lo cual transgredir.

 





 

MIGUEL MARTÍNEZ NAÓN

Es poeta y periodista. Nació en Palo Alto, California, Estados Unidos, en 1976 durante el exilio de sus padres (ambos argentinos). Pasó su infancia en México y regresó junto a su familia a la Argentina con el retorno de la democracia, en 1984. Publicó los libros de poesía Estación de Servicio (13 Mil Pájaros, 2012) y Tumbita (Ediciones Lamás Médula, 2017). En el año 2020 publicó junto a Judith Said y Lilian Garrido la antología Guardianes de Piatock. Miradas sobre Alberto Szpunberg publicado por la Biblioteca Nacional Mariano Moreno; y en el año 2023 publicó la antología Patria, Peronismo, Poesía junto a Roberto Baschetti.

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