Este texto de Gonzalo Magliano reflexiona sobre la construcción narrativa oficial que se materializó este 24 en particular. De qué modo el video de Yofre muestra continuidades en esa aparente novedad que representa Javier Milei. En qué medida el discurso de Milei lo sintetiza con nuevos diseños como “La Casta”. Cómo orbita el humor sobre esos dispositivos. Los desafíos por encontrar nuevas palabras. Nuevas formas. De. Decir.
por Gonzalo Magliano

Desde la campaña del ballotage de 2023 hay una angustia que ni la extraordinaria movilización del 24 de marzo pasado logra disipar: las palabras de Memoria, Verdad y Justicia (MVJ) no llegan al 56 % de la población. O al menos no les pareció tan importante como para no votar a un candidato que venía diciendo lo que difundió en el video amateur y promilico del domingo.
El mensaje oficial vomita un discurso que justifica lo innombrable: secuestros, torturas, robo de bebés, personas arrojadas vivas al mar, desapariciones. No lo dice directamente. Es más, omite hablar de represión. Se concentra en los ataques del “terrorismo” que hubieran justificado la respuesta militar. Repite la idea de guerra, omite el Golpe de Estado y ni siquiera menciona la palabra dictadura. El plus es el relanzamiento de la denuncia de alguien que nadie recuerda como el inventor de la inflada cifra de 30 mil desaparecidos.
A pesar de estas barbaridades dichas durante la campaña, millones votaron a Milei. La perplejidad es grande. ¿Por qué? ¿Nuestras palabras son lejanas? ¿No nos creen? ¿No les importa? ¿El presente era/es demasiado desesperante para no escuchar?
Sabemos que las razones del voto son muchas, variadas, a veces contradictorias, irracionales, de afinidad o rechazo a los candidatos. El 56% no es promilico, estamos seguros. Se trata de otra cosa. Lo que desespera es la sensación de que las palabras que tenemos para defender la MVJ no sirvan, como una llave de una puerta que ya no está.
Se vio en los videos que circularon antes del ballotage donde sobrevivientes de la dictadura y familiares de víctimas contaron sus historias en subtes o colectivos. Al principio, parecía que podían torcer votos. Muchos nos volvimos a ilusionar, pero duró poco. El 56-44 fue peor que la explosión de un globo. Quizás fuimos inocentes o negadores. Si se mira bien, en esos vídeos había caras de pasajeros y pasajeras llenas de fastidio y/o indiferencia. “Mienten”, “defienden sus privilegios”, parecían decir sus rostros. ¿Qué pasó? Algo se rompió y todavía no sabemos qué es ni qué hacer con eso.
Una de las cuestiones que desconcierta es lo burdo del discurso negacionista que levanta el gobierno. No dice nada nuevo. De hecho, el vídeo oficial del 24M está mal filmado, es aburrido, como si hubiera sido hecho por estudiantes recién ingresados a una carrera de periodismo. Tampoco es que haya miles de personas con remeras de la cara de Videla. Es verdad. Pero lo concreto es que hay millones que no les importó votar a candidatos que sí la tenían puesta. De vuelta aparece la pregunta ¿por qué?
Los derechos humanos como Casta

El video del gobierno se estructura a partir de la teoría Yofre. Esta sostiene que el número 30 mil se eligió por una cuestión meramente económica; está inflado para conseguir más plata y donaciones para los organismos de derechos humanos. Luego, siguiendo esta teoría, se habría sostenido para cobrar las indemnizaciones dadas por el Estado. No queremos discutir esta teoría, sino entender por qué el gobierno la levanta. Tiramos una hipótesis: encaja muy bien con el discurso anti casta de Milei.
Se ha hablado mucho de la habilidad del actual presidente para canalizar la bronca por la crisis de la última década enarbolando la categoría Casta. Primero se refería sólo a los políticos tradicionales. Luego extendió la categoría a todo aquel que tiene una relación con el Estado. Ahí terminó de articular el malestar con viejas broncas fermentadas en el sentido común. Los que trabajan en el sector privado (registrados o no) serían los únicos que trabajan y, a través de infinidad de impuestos, bancarían a ñoquis, planeros e, incluso, a universidades públicas. “Gasto inútil”, “privilegios”, repiten como un mantra. Estamos mal porque ya no existe la cultura del trabajo. En fin. Lugares comunes que hoy son tendencia.
Esta mirada frenética creció de tal manera que llegó a cubrir a los derechos humanos, en particular a las víctimas de la dictadura. El "curro" de los derechos humanos, lo llamaron. El Estado le saca plata a los contribuyentes para dársela a Madres, Abuelas y al vasto universo de víctimas. ¿Por qué el Estado los privilegia a ellos y no a mí que fui robado en la calle?, piensan algunos. Nuestra respuesta podría ser porque el terrorismo de Estado cometió crímenes tan aberrantes de manera sistemática que terminó dañando a la sociedad en su conjunto. Irrefutable ¿Irrefutable?

Hay un punto a su favor en esta mirada. A partir de la asunción de Néstor Kirchner en 2003 (salvo el interregno 2015-2019 de Macri), las víctimas del terrorismo de Estado tuvieron, con sus más y sus menos, un trato especial. Se anularon las leyes de impunidad, se impulsó la reapertura de juicios, se recuperó la ESMA, entre otros ex centros clandestinos, y, sobre todo, se reivindicó a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo como nunca antes. Podríamos decir que era lo justo y que era una reparación para la sociedad en su conjunto. Pero algunos no se reconocieron ahí, como parte de ese daño.
Milei lo sabe y lo usa. Él se para frente a los “privilegiados”; es decir, los políticos y todos los que tienen un vínculo/curro/negocio con las dádivas del Estado. Ahí entran los derechos humanos que, a partir del 2003, ingresaron al universo de los “privilegiados” por el Estado. Esto pega porque hubo muchos colectivos de víctimas y dañados que no fueron igualmente reparados y reivindicados. Entre ellos, quienes sufrieron algún robo o víctimas de la desidia como la tragedia de Once. Lo sabemos, son cuestiones diferentes, incomparables, pero lo cierto es que no tuvieron el mismo trato. En ese vacío se afinca el discurso de los derechos humanos como parte de la “casta”, exacerbado con la idea de "curro".
Dedito de lesa humanidad o la provocación como salida
Un mes atrás Guillermo Aquino publicó el sketch “La nieta de Videla” y removió el avispero. Cuando parecía que no podía aparecer nada sobre el "temita" que sorprendiera, el reconocido comediante lanzó una pieza donde fantasea una noche de sexo casual con una nieta imaginaria del principal dictador del país. Él, parado desde la vereda de enfrente a nivel ideológico, tiene una conversación bizarra, donde utiliza muchos de los lugares comunes de ambos lados para una charla impensada, imposible. Mezcla sexo, redes sociales y repudio a las desapariciones en un contrapunto picante entre quien reivindica a su abuelo genocida y quien lo repudia. Desopilante, chocante, divertido a veces y con algunos chistes sin gracia otras. Eso sí, genera debate.
Hubo algunos enojos e indignación por usar figuras de la tortura para hablar de prácticas sexuales como decirle "submarino" al sexo oral hacia una mujer o calificar a la introducción de un dedo en el ano de Aquino como de lesa humanidad. Y sí, puede generar dolor entre quienes sufrieron la dictadura. Pero también genera risas. Algunas son por la posible banalización en la que cae; otras por el impacto incómodo que provoca, como un golpe que te deja shockeado y te deja pensando.
No queda claro si este sketch pueda servir para acercar el tema a sectores que no lo tienen en el radar. Tampoco de que necesariamente sea leído como un repudio a la dictadura. Incluso hubo algunas personas que vieron una simetría entre los lugares comunes de cada lado, como una especie de dos demonios light. En todo caso, lo valioso es la osadía de probar otro modo más desfachatado y más brutal. Es necesario intentar esquivar el tono classic que no pudo convencer a un 56 % de la población.
Hay una mirada sobre el sketch que no se tuvo en cuenta hasta ahora. La provocación no está principalmente dirigida a los no convencidos, sino a los del lado de la MVJ. Es una especie de despabilate, con el discurso classic no te alcanza. Como bien lo grafica ese diálogo en el sketch:
—Tu abuelo es la persona más odiada de la historia de este país —dice Aquino.
—No sé, mi Tik Tok no dice lo mismo —contesta la nieta de Videla.
—¿Estás en Tik Tok?
—Si, @lanietadevidela. 2.1 m de followers. Más de 7 millones de reproducciones por día. Cuenta verificada.
Creemos que somos mayoría, pero quizás no es tan así ¿Esto significa que el discurso classic no sirve para nada? Sería un error creerlo. De hecho, cientos de miles de personas marcharon el 24 de marzo y reactivaron un nervio de lucha y una posición frente a la crueldad. Pero hay algo que es necesario tener en cuenta. Lo nuevo del discurso berreta negacionista es que lo dice alguien a quien millones de personas consideran genuino. ¿Estarán empezando a compartir este discurso? No está claro.
Una certeza podría ser que un posible camino para que los derechos humanos y los crímenes de la dictadura vuelvan a ser parte de la agenda, es necesario osadía y habilidad para conectarlo con el presente. No es posible construir un país donde podamos vivir bien, sin justicia por el genocidio que cometió la dictadura. Si los milicos no quieren meterse en la represión interna es porque no quieren terminar en cana como sus antecesores. Eso es un valor a defender. Y eso se logró porque los organismos de derechos humanos primero y Néstor Kirchner después se animaron a meter un dedito dentro de nuestra democracia renga. Quizás haya que hacerlo de nuevo, con honestidad, osadía, y Tik Tok.
GONZALO MAGLIANO

Es periodista y licenciado en Ciencias de la Comunicación Social (UBA). Desde hace más de veinte años escribe sobre temas históricos y políticos en distintos medios como Crónica, Infonews y la Revista Haroldo del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. Paralelamente, desde 2009 trabaja en organismos nacionales e internacionales de promoción y protección de derechos humanos.
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