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Foto del escritorPablo Sessano

Entre la vieja normalidad y un presente colapsista los educadores aún pueden mover conciencias, si quieren.

Hacia una educación "otra": el desafío de transitar de un conocimiento como regulación hacia uno como emancipación. En este contexto de policrisis, Pablo Sessano nos convoca a fracturar la matriz educativa desarrollista, colonial y liberal. Hoy, nos dice, se trata de defender "la patria, la naturaleza y la vida" en las calles. Y en las aulas.


por Pablo Sessano





Decía San Martín que “cuando la patria está en peligro todo está permitido, excepto no defenderla”, y ha dicho Milei en las antípodas éticas de aquel, que “empieza una época en la que no hay lugar para la tibieza”.


Dos definiciones que a la luz de la realidad deberían servir para orientar el accionar popular, pero especialmente el de aquellos sectores de la sociedad que, como el educativo, aún con lo paradojal de las mismas conserva altos niveles de esperanzas en el cuerpo social; sectores que en teoría, dan sentido a su pensamiento y sus prácticas y a su propia razón de ser situándose en horizontes emancipatorios, entendiendo por tales aquellos que


“liberen de la subordinación y la dependencia” (...), favorezcan “la toma de posición y un acto consciente”, (...) habiliten “la libertad de los sujetos a partir del desarrollo de la autonomía personal” (...) vinculada “de manera multidimensional con el mundo social, de modo que se ligue la libertad con la solidaridad”. [Lo que] “significa situarse en una postura ética humanista donde la consideración hacia el otro sea requisito ineludible. La emancipación permite entonces tener acceso a un estado de autonomía que produzca praxis y conciencia de sí y de los demás. Autonomía para el reconocimiento y valoración de sí y para el reconocimiento y valoración de los otros”. En el campo educativo “la emancipación en este nuevo siglo ha de estar incluida en la posibilidad de aceptar lo diverso, de potenciar a los sujetos para comprender y participar de lo pluricultural y lo pluriétnico; ha de permitir conocer y transformar la vida propia y el espacio social. Así, “una educación para la liberación y la autonomía forma parte de la reflexión racional, pero también de la percepción de lo no racional y del uso de la imaginación. Permite a las personas asociar el mundo natural, la cultura, la política y la economía como procesos relacionados”. [1]


“Transitar de un conocimiento como regulación hacia un conocimiento como emancipación”, al decir de de Sousa Santos, fortaleciendo formas efectivas de deliberación democrática, el ejercicio de la traducción de los conocimientos y su situación en realidades específicas para fomentar acciones de resistencia y de crítica que también permitan valorar los logros históricos de las sociedades, como la posesión de derechos, la idea de igualdad y dignidad humana, los avances científicos y tecnológicos en sus aspectos positivos y no en los otros, para protegerlos y expandirlos ante el acecho anticivilizatorio del neoliberalismo y libertarismo en todas sus formas, la mercantilización a ultranza y la fragmentación social [2].





Frente a la policrisis civilizatoria en la que estamos insertos quienes trabajamos en el campo educativo y participamos en los dispositivos tradicionalmente dispuestos para educar, la escuela, la universidad y otros tantos no formales, deberíamos preguntarnos si estos dispositivos y esas prácticas y esos contenidos que dan forma al paquete educativo “preempacado” diría Illich, que ha regido los últimos dos siglos, está realmente sirviendo a la emancipación como la acabamos de definir. No es una novedad que


“la escolarización masiva, producto de las sociedades modernas e industrializadas de los siglos XIX y XX, construyó modelos educativos eficientes para la reproducción de un mundo capitalista, moderno-positivista, estadocéntrico, patriarcal y occidentalizante, que si bien fueron legitimados por su eficacia para la movilidad social y la producción de capital humano altamente calificado hasta la segunda mitad del siglo pasado, no produjeron el desarrollo masivo de hombres y mujeres autónomos, libres y reflexivos capaces de mejorar las condiciones de la vida política y social. Lo que sí ha sucedido es que esta construcción civilizatoria ha entrado en crisis y, por lo tanto, también su modelo educativo”. [3]


Lo que no es una novedad, por cierto, sin embargo poco y nada se ha hecho al respecto para cambiar esa suerte.


En la Argentina del presente, al igual que en toda América Latina vivimos una triple tragedia producida por el modelo productivista imperial que han impulsado con diferentes énfasis tanto los gobiernos populares como los neoliberales: crisis de los ecosistemas, es decir de las fuentes biológicas y materiales que sustentan la vida; crisis del sistema republicano y federal --la democracia- que sucumbe ante el poder de intereses particulares y traiciones políticas, y crisis ética y humanitaria que se refleja en el abandono de la solidaridad por el prójimo, la banalización y naturalización de la violencia y el odio, la mercantilización de todo, ¡todo! y el desinterés por el creciente y sistemático deterioro de las condiciones de vida de las mayorías y la degradación de los derechos adquiridos.


¡¡La trágica escena parecería demandar una correlativa actitud contestataria de la misma magnitud que la agresión que toda la sociedad está recibiendo de parte de casi la totalidad!! de quienes se supone que representan los intereses de la sociedad, y obviamente de parte del poder (económico) real que subyace históricamente a la ahora visiblemente débil estructura democrática de la Nación. Lo que con seguridad tiene explicaciones varias endógenas, exógenas y culturales globales pero no deja de sorprender, sobre todo en una sociedad tradicionalmente combativa como la nuestra, es la pasividad con la cual la misma soporta el embate degradante, ignominioso y envilecedor. Difícil no admitir que hubo un cambio generacional que conllevó una diferente manera de juzgar el pasado y actuar el presente. Un dato que el progre no registró. Pero en cualquier caso, mas allá de las múltiples explicaciones posibles, duele la resignación, la espera vacía de esperanza y de proyecto, el deseo inconsciente e irreflexivo de volver a una normalidad que es desde hace mucho pura ficción de bienestar.


La rebelión no termina de emerger, no ebulle, parece contenida quizás porque oponerse, resistirse sin proponer alternativa, pues lo que había antes no era tan cruel pero era casi igual de malo, le impide manifestarse y abandonar definitivamente la esperanza de que dentro de las reglas, aún torcidas del degradado sistema, un horizonte emancipador tiene cabida ¿No es ese imaginario acaso el que subyace y sustenta el esquema y el proyecto educativo instituido?


Quizás así podamos entender la inercia que reina en los claustros primarios, secundarios y universitarios, y la timidez o el miedo tal vez, de los actores y sujetos educativos a proponer y ejecutar, con permiso o sin permiso, los profundos cambios que la educación necesita para dejar de ser un acto limitado a la circulación y regulación de los conocimientos para el mantenimiento del orden social vigente y pasar a ser la llave de apertura de ventanas hacia múltiples horizontes verdaderamente emancipadores:


“transitar de un conocimiento como regulación hacia un conocimiento como emancipación”.

La triple crisis no admite estrategias progresivas, ni suaves, ya no hay tiempo ni espacio para que eso tenga sentido.


Todos quienes comulgamos con la definición de emancipación arriba descripta y entendemos y asumimos conscientemente que la educación o va en ese sentido o carece de sentido, debemos asumir de una buena vez que ya no bastará con defender la educación libre, laica, pública y gratuita (y de calidad como dicen algunos slogans gremiales más en sintonía con la UNESCO que con cualquier rebelión). Sino que, para salvar la sociedad y favorecer una efectiva sustentabilidad, (nos) debemos comenzar ya mismo a practicar una “educación otra”, a sabiendas de que no está permitida, a contracorriente del plan instituido en todos aquellos aspectos, prácticas y contenidos que tiendan a convalidar explícita o sutilmente el modelo hegemónico de sociedad, que no se alineen al objeto de recuperar horizontes emancipatorios, e incluso poniendo en suspenso todos los conocimientos coyunturalmente innecesarios o inútiles a los efectos de rescatar la sociedad y la naturaleza del borde del colapso.


En esto consiste en el presente el compromiso social de los educadores, en aportar instrumentos, conocimientos, saberes para salvar la vida. Asumiendo que así como para los poderes reaccionarios empieza una época en la que no hay lugar para la tibieza, quienes estamos en las antípodas de ese sentir y pensar, también hemos agotado nuestra paciencia y que cuando la patria, la naturaleza y la vida misma están en peligro todo está permitido, excepto no defenderlas.


Por eso, no alcanzara con salir a las calles a defender y reclamar la vuelta a la normalidad desarrollista, no hay justicia socioambiental posible compatible con el extractivismo, la mercantilización de la vida, la destrucción de la naturaleza, ni por supuesto con la entrega, la dependencia, la desestructuración de la república, la concentración del poder, la tierra, el dinero, los recursos y el descarte de al menos media sociedad.


¿No serán precisamente estos los tópicos que urge abordar en las aulas de todos los niveles? Estos son los contenidos más relevantes y significativos en el presente para una pedagogía iluminadora que devele las trampas de la receta hegemónica y habilite una “otra” educación prefigurativa? ¿No serán, además de las calles, las aulas y los claustros los lugares donde dar la batalla profunda y desobediente?  


¿Estamos realmente haciendo eso? ¿Y lo estamos haciendo colectivamente?


Es imperioso que hagamos un esfuerzo supremo y permanente por abandonar la matriz educativa desarrollista, colonial y liberal que asfixia, cual corset, las inspiraciones emancipadoras que permanecen amenazadas pero activas en la conciencia histórica latinoamericana.



[1] Tomado de Marlene Romo Ramos (2016) en Salmerón, Trujillo, Huerto y de la Torre. Diccionario Iberoamericano de filosofía de la educación”, FCE. México).

[2] Boaventura de Sousa Santos (2005), citado por la misma autora.

[3] (Ob.Cit)



 

PABLO SESSANO


Pablo Sessano dice ser ecologista, educador ambiental, permacultor y ceramista: saberes confluyentes sin academia que fueron tejiéndose durante décadas entre arraigos y desarraigos pero a partir de una preocupación temprana y esencial: valorar todo lo existente, recuperar la sencillez de la vida y del conocimiento. Saberes “legitimados” también hay: Especialista en Gestión Ambiental Metropolitana, Eco auditorías, y Políticas Públicas Ambientales. Investigador independiente, docente universitario, responsable de programas educativos institucionales, empleado publico y articulista “random”. Una humilde urdimbre de experiencias que toca poner mas que nunca, al servicio de descolonializar nuestra existencia, reecologizar la vida, subvertir el orden instituido.

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