Mientras Argentina se configura como un nuevo laboratorio de pruebas del capitalismo en su versión más cruel, la experiencia de los 90 retorna. Vuelve desde la maquinaria discursiva del Estado, incluso se expresa tanto en su estética como en nombres propios. La farándula, la política y los límites difusos.
En la calle, las tensiones buscan un cauce que las contenga de manera vertebral, que pueda potenciar sus expresiones y, por sobre todo, contenerlas. Por esta razón, el libro El Aguante (ed. Marea, 2018) de Matías Cambiaggi es fundamental en estos momentos. Un texto que reflexiona los 90. Sobre “aquella historia de militancia y compromiso a contramano, desarrollada a la intemperie y en medio del temporal más violento”, como señala la introducción.
El Aguante narra la década a través de las historias y sus protagonistas: la fundación de la CORREPI a partir del caso Bulacio, la oposición a la Ley Federal de Educación, los escraches de HIJOS, el Santiagazo, los jubilados de Plaza Lavalle de Norma Plá, el Matanzazo, los Autoconvocados correntinos y, cerrando trágica y metafóricamente la década, el levantamiento del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Gracias a la amabilidad de Cambiaggi, La Lechiguana publica el prólogo que escribió el reconocido periodista Luis Bruschtein. Y recomienda su lectura en un momento en el que la experiencia se muestra rota y seguimos en la búsqueda del sentido que pueda reunir aquellos fragmentos.
Los 90 fueron el laboratorio del neoliberalismo después del fin de la Guerra Fría. Una etapa en la que se llevaron a la práctica los preceptos más extremos del capitalismo con su secuela de concentración acelerada del capital, con la hegemonía clara del sector financiero sobre la producción y con el endeudamiento como eje de las políticas económicas. En esa experiencia, como la que ocurre en la actualidad, una gran parte de la sociedad fue desplazada a la marginalidad del desempleo, el subempleo, el empleo precarizado y la informalidad; el Estado se retiró de los barrios pobres, privatizó la salud y la educación, el transporte y las riquezas del subsuelo y defendió con la represión los privilegios del capital concentrado.
Surgió así una realidad inédita, a la que se le agregó el desarrollo y la aplicación de nuevas tecnologías en las comunicaciones, que anunciaron la llegada de la globalización neoliberal: el mundo convertido por primera vez en la historia de la humanidad en un solo mercado con las mismas reglas de intercambio y con grandes flujos de capital itinerantes. Un contexto donde los países de la periferia quedaron aún más expuestos y vulnerables.
De este modo, se fue gestando una situación socioeconómica muy diferente a la de las viejas sociedades industrializadas o semindustrializadas. El neoliberalismo cooptó a gran parte de los partidos populares tradicionales, el radicalismo y el peronismo, y fue preparando así la eclosión de una crisis de representatividad política que se combinó con la crisis de la deuda de diciembre de 2001. Pero las grandes masas de desocupados y marginados, como nuevos sujetos que intervenían con gran protagonismo, también desarmaron las teorías clásicas de la izquierda sobre el sujeto histórico. Sobre esa base real, Matías Cambiaggi habla de una militancia “huérfana”, aunque siempre lo que surge aprovecha y se nutre de experiencias anteriores. En esa militancia huérfana se mezclaban vivencias de todo tipo, desde viejos militantes de izquierda o ex dirigentes del peronismo combativo hasta sindicalistas clasistas que debían reelaborar y deconstruir su historia para rearmarse con nuevos elementos que les permitieran afrontar esta realidad tan diferente a las etapas anteriores.
Los 90 guardan una gran similitud con la etapa que se abrió a partir de la asunción de Mauricio Macri, en diciembre de 2015, con la Alianza Cambiemos, entre la derecha radical y los conservadores neoliberales del PRO.
El grueso de la resistencia al neoliberalismo de los 90 provino de nuevos sujetos o movimientos sociales. Algunos que planteaban un sindicalismo de un tipo distinto, que incluso iban a buscar a sus afiliados al territorio y planteaban una apertura democrática de las organizaciones, como fueron la CTA1 o los combativos del MTA2 y la Clasista y Combativa del Perro Santillán. Nuevas agrupaciones defensoras de los derechos humanos, como la CORREPI, atenta a las violaciones a esos derechos en un contexto más social que político; o como HIJOS3 y sus escraches a los represores que no eran juzgados después de la amnistía con la que comenzó el gobierno menemista. Es la época, también, en que empieza a sobresalir el trabajo de las Abuelas y los nietos recuperados. Y, finalmente, con los cortes de ruta en Cutral Có y en Tartagal, y con el corte en La Matanza irrumpen, con gran ímpetu, los movimientos territoriales de desocupados.
Durante los primeros años de esa década fue una militancia esforzada y silenciosa, que no existía para el resto de la sociedad simplemente porque estaba invisibilizada por los grandes medios de comunicación. La irrupción de los movimientos de desocupados, sobre todo, constituyó un motivo de asombro para la mayoría de los argentinos por la masividad que demostraban y su alto grado de organización. Habían reemplazado silenciosa y trabajosamente al Estado en sus barrios con metodologías de solidaridad y participación directa.
Ese magma subterráneo en ebullición explotó con la crisis de la deuda que resquebrajó el bloque hegemónico dominante. Pero, en ese punto, los movimientos sociales apenas habían empezado a discutir la necesidad de la construcción de sus representaciones políticas. “Que se vayan todos” fue la consigna de esa explosión. Señalaba el final de una época, pero no acertaba a apuntar las condiciones de la próxima era. Y, al respecto, las posiciones eran dispares. Los sectores autonomistas, que en un primer momento eran mayoritarios, rechazaban cualquier construcción de ese tipo. Las propuestas de las fuerzas de izquierda eran incapaces de contener la amplitud de la protesta. La CTA demoró la convocatoria al Movimiento Político, Social y Cultural que había aprobado su Congreso en Mar del Plata y perdió protagonismo. Así, el amplio espectro que representaba a las fuerzas sociales que habían participado en la resistencia al neoliberalismo en los años 90 llegó con una pata renga a la apertura del nuevo ciclo por el que había luchado. La falta de una opción y de una representación política que tomara sus reivindicaciones como programa de gobierno podría haber llevado a una derrota de esas luchas cuando, paradójicamente, estaban dadas las condiciones para dar un salto cualitativo contra el neoliberalismo.
Esa fue la década de los 90. Como periodista, estuve en la fundación de la CTA, en los primeros cortes de Cutral Có, Tartagal y La Matanza, en los primeros escraches de HIJOS y en la experiencia de las Asambleas. Lo que más importaba en esas situaciones era frenar el hambre y la pobreza, frenar a las policías bravas, frenar el cierre de fuentes de trabajo y la falta de justicia. Cada una de esas metas parecía imposible; la relación de fuerzas tan desigual, el clima de época, la cultura dominante, todo era totalmente desfavorable y, sin embargo, esas experiencias fueron consolidando la esperanza de que otro país sí era posible. Ahora, cuando se ha instalado un gobierno que sostiene los mismos parámetros del neoliberalismo de los 90, resulta conveniente recordar aquellas experiencias históricas de resistencia.
1 Central de trabajadores Argentinos
2 Movimiento de los Trabajadores Argentinos
3 Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio.
Luis Bruschtein
Hijo de Santiago Bruschtein, secuestrado y desaparecido el 11 de junio de 1976 en su domicilio de la ciudad de Buenos Aires. Su madre, Laura Bonaparte, fue integrante de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). En abril de 1976 tuvo que exilarse en México, y volvió en 1985, incorporándose un año después a Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Sus hermanos Víctor y Aída también fueron desaparecidos.
Luis es periodista, y también tiene un fuerte compromiso social. Comenzó su militancia en el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) a fines de la década del sesenta, y después continuó en la Confederación General del Trabajo (CGT) de los Argentinos. Ya a comienzos de la década del 70, militó en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), donde fue el responsable de su periódico, y en la organización Montoneros. También participó del Bloque Peronista de Prensa (BPP). Se exilió en 1975. Participó de la fundación de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP) y fue el jefe de redacción de la revista Ciencia y Desarrollo, perteneciente al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT). También integró el Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino (COSPA) y la Comisión Argentina de Solidaridad (CAS). Volvió a la Argentina en 1984 y continuó con su trabajo de periodista en el diario La Razón, para el que coordinó la cobertura del Juicio a las Juntas. En esa época militó en el sindicato de prensa en la agrupación Liberación. Desde 1987 trabaja en el diario Página 12, donde en la actualidad es el subdirector.
MATÍAS CAMBIAGGI
Nació el 7 de julio de 1976 en Buenos Aires, Argentina. Es sociólogo egresado de la Universidad de Buenos Aires y su área de trabajo e investigación son los movimientos sociales y políticos de la Argentina contemporánea. Fue director de la revista de cultura y política Colonia Vela y es autor de los libros Héroes, fantasmas y otras pasiones barriales (2011) y El retrato del olvido. En busca de la primera desaparecida en democracia (2015). Desde 2005 trabaja en el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. En la actualidad, además, ejerce como docente y es editor del sitio Tercer Cordón.
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