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HISTORIAS PARA CHAPAR

Relatos del colectivo de escritores y escritoras

"Que vuelvan los lentos"

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Matías Luchetta
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Nació un 29 de octubre de 1990 a las 09:15hs en el barrio de Agronomía, C.A.B.A. Tiene ascendente en Sag... Ah re!
Participa del taller de escritura de Leo Oyola desde marzo del 2023. 
Organiza junto a sus compañeres, desde el 10 de diciembre del 2024, la mejor experiencia literario-musical habida y por haber: el ciclo de lecturas en vivo Que vuelvan los lentos.
En 2021 ganó un concurso de narrativa organizado por la revista Crisis y la editorial Funesiana. Publicaron su cuento El Alta, en la antología de cuentos "Les inquilines".
Es licenciado en Psicología de la Universidad de Buenos Aires y trabaja en salud pública en el sistema de residencias de la provincia.

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Sergio Gramajo
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Nació en Laferrere el 11 de mayo de 1980.
Es actor, narrador, poeta y profesor de
literatura.
Es miembro fundador de Te Caigo en Cuero, el coso literario del oeste. En la actualidad vive en San Antonio de Padua con Alejandra, su compañera, y con sus hijes Mateo y Cala.
Varios de sus textos fueron publicados en distintas revistas literarias y recientemente en “Postales del Subsuelo”, ciclo de la Revista y Editorial Sudestada a cargo de la escritora Nina Ferrari.
Autor de los libros de poesía El Oficio de los Monstruos, Tiempo Marginal, y Veredas.
Y de la novela Talón Rajado.
Actualmente trabaja en su tercera novela en taller con el escritor Leonardo Oyola.

HEAVY METAL

​

Las mejores baladas son metaleras.

Basta.

Qué boleros ni qué boleros…

Las mejores baladas le pertenecen al heavy metal y punto.

Puedo enumerarlas sin repetir y sin soplar. Póngame a prueba, si se atreven: el jueves ocho de mayo en el JJ o cuando quieran. Vengan de a uno, lo sostendré a capa y a espada.

Fíjense que hay una pantalla en todo esto…

Claro que la hay.

La fama de tipos rudos, enojados, rebeldes y oscuros desaparece –les aseguro que desaparece- apenas suenan las primeras notas descomunales del mejor lento de todos los tiempos:

 Is this love, de Whitesnake.

Porque no somos eso que dicen que somos. Que parece que somos.

Ya estamos grandes y nos pasó el tren; nuestra época dorada. Se nos caen los anillos, las tachas, el pelo. El cuero está roído, las botas desgastadas, el acero oxidado.

Vulnerables, así estamos.

Así somos.

“Hay que endurecerse sin perder jamás la ternura”, decía el Che Guevara.

Me gusta la frase, creo que nos constituye. Puede aplicarse a muchísimos ámbitos. Permiso Che, vos la esculpiste atrincherado en Cuba combatiendo al Capital y yo la uso para defender el tierno espíritu del metalero que se esconde tras la máscara de gente mala.

Pero es perfecta, eh. La frase, y la máscara.

Si se me frunce todo cuando bailo apretado a ella el lento y grito desaforado Is this the love that I’ve been searching for, con las cuerdas vocales estalladas. Si la amo cada vez más y más, nota tras nota que desafino mientras bailamos juntos.

Pero shhh, que no se note. Que no lo sepa.

No tanto.

Porque mi banda favorita es Slipknot.

Y aman el odio y la destrucción.

Y adoran a Satán.

Y son malos.

Malísimos.

CORAZÓN MÁGICO

​​

Primero estaba el alambrado. Después un patio amplio, verde y amarillo a fuerza de pasto y margaritas. Después la casilla, recubierta de cemento. Chiquita. De un lado la cocina-comedor, del otro la habitación. Desde cualquiera de los dos ambientes se veía para la calle.

Laura usaba para dormir una musculosa blanca y una bombacha verde. Era una bandera de Lafe que se agitaba en la barra brava de mi corazón.

Le gustaba Dyango. Fanática mal. Yo recién había agarrado la viola de mi abuelo que tenía guardada.

Me emperré con una canción que siempre sonaba en lo de Laura, que vivía justo frente a mi casa.

Cuando me la aprendí salí a la vereda durante varias noches, debajo de los álamos, a tocarla. Las primeras veces cantaba bajito. Cuando agarré confianza empecé a levantar la voz.

Era verano y ese año yo cumplía catorce. Ella andaría por los treinta y pico.

Su marido, el Pepe, trabajaba de noche en un frigorífico.

La primera vez que me escuchó el “cooooorazón… ¿qué le has hecho a mi corazón?”, vi cuando prendió la luz de su habitación. Atravesó con sus ojos el patio amplio que había entre la casa y el alambrado de la vereda. Cruzó la calle y me partió como un rayo. Me hizo señas prácticamente desde la cama y crucé sin importar si algún vecino desvelado me veía.

Me pidió que tocara para ella. Como pude, temblando de miedo, toqué los primeros acordes de la canción. Ella se corrió la musculosa blanca y empezó a tocarse las tetas. “No pares”. Después se metió la mano adentro de la bombacha y empezó a masturbarse. “Seguí”. “Seguí, no pares”.

En el estribillo, se me tiró encima y me quitó para siempre el miedo que suele tener la carne antes de curtirse con otra carne.

Esa noche, acabé y me fui. Pero las siguientes, después de coger, me quedaba tocando la guitarra, siempre, hasta antes de que el sol volviera a salir.

El verano que cumplí catorce para mi fue eso: Dyango y Laura, un corazón mágico.

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