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HISTORIAS PARA CHAPAR

Relatos del colectivo de escritores y escritoras

"Que vuelvan los lentos"

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Sergio Gramajo
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Nació en Laferrere el 11 de mayo de 1980.
Es actor, narrador, poeta y profesor de
literatura.
Es miembro fundador de Te Caigo en Cuero, el coso literario del oeste. En la actualidad vive en San Antonio de Padua con Alejandra, su compañera, y con sus hijes Mateo y Cala.
Varios de sus textos fueron publicados en distintas revistas literarias y recientemente en “Postales del Subsuelo”, ciclo de la Revista y Editorial Sudestada a cargo de la escritora Nina Ferrari.
Autor de los libros de poesía El Oficio de los Monstruos, Tiempo Marginal, y Veredas.
Y de la novela Talón Rajado.
Actualmente trabaja en su tercera novela en taller con el escritor Leonardo Oyola.

CORAZÓN MÁGICO

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Primero estaba el alambrado. Después un patio amplio, verde y amarillo a fuerza de pasto y margaritas. Después la casilla, recubierta de cemento. Chiquita. De un lado la cocina-comedor, del otro la habitación. Desde cualquiera de los dos ambientes se veía para la calle.

Laura usaba para dormir una musculosa blanca y una bombacha verde. Era una bandera de Lafe que se agitaba en la barra brava de mi corazón.

Le gustaba Dyango. Fanática mal. Yo recién había agarrado la viola de mi abuelo que tenía guardada.

Me emperré con una canción que siempre sonaba en lo de Laura, que vivía justo frente a mi casa.

Cuando me la aprendí salí a la vereda durante varias noches, debajo de los álamos, a tocarla. Las primeras veces cantaba bajito. Cuando agarré confianza empecé a levantar la voz.

Era verano y ese año yo cumplía catorce. Ella andaría por los treinta y pico.

Su marido, el Pepe, trabajaba de noche en un frigorífico.

La primera vez que me escuchó el “cooooorazón… ¿qué le has hecho a mi corazón?”, vi cuando prendió la luz de su habitación. Atravesó con sus ojos el patio amplio que había entre la casa y el alambrado de la vereda. Cruzó la calle y me partió como un rayo. Me hizo señas prácticamente desde la cama y crucé sin importar si algún vecino desvelado me veía.

Me pidió que tocara para ella. Como pude, temblando de miedo, toqué los primeros acordes de la canción. Ella se corrió la musculosa blanca y empezó a tocarse las tetas. “No pares”. Después se metió la mano adentro de la bombacha y empezó a masturbarse. “Seguí”. “Seguí, no pares”.

En el estribillo, se me tiró encima y me quitó para siempre el miedo que suele tener la carne antes de curtirse con otra carne.

Esa noche, acabé y me fui. Pero las siguientes, después de coger, me quedaba tocando la guitarra, siempre, hasta antes de que el sol volviera a salir.

El verano que cumplí catorce para mi fue eso: Dyango y Laura, un corazón mágico.

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