Pablo Sessano revisita y problematiza los planteos esbozados durante el lanzamiento del Equipo Transiciones, realizado el pasado 7 de agosto, que unió a diversos sectores del ambientalismo para elaborar juntos un diagnóstico y, a partir de allí, proponer horizontes hacia una Transición Ecosocial justa para la Argentina.
por Pablo Sessano
Finalmente, un conjunto de organizaciones, académicos y profesionales de diferentes disciplinas que, por la perspectiva y posicionamiento que adoptan cada uno de ellos, podríamos englobar en el ambientalismo, se unen para elaborar un diagnóstico, pensar juntos horizontes de transición justa para la Argentina. Reconociendo no tener todas las respuestas, se plantean realizar un trabajo a tres años con el fin de pensar hipótesis de Transición Ecosocial en común, que requiere un proceso gradual, pasos sucesivos y, desde luego, construcción política.
En definitiva, la propuesta podría resumirse en hacer prospectiva para Argentina con eje en la crisis ecosocial desde los sectores ambientalistas que incluyen alianzas posibles con varios otros movimientos y agrupaciones sociales.[1]
Los componentes ambientales de esa crisis también llamada multidimensional, sistémica o civilizatoria son resumidos, algo forzadamente quizás, en la figura del cambio climático, fenómeno englobador que deviene motivo central articulador de diagnósticos y perspectivas en el pensar sobre una Transición Ecosocial.
La coalición reúne un grupo diverso y comprometido de organizaciones y colectivos, incluyendo el Pacto Ecosocial e Intercultural del Sur (capítulo argentino), Colectivo de Acción por la Justicia Ecosocial (CAJE) y Asociación de Abogades Ambientalistas de Argentina, Grupo de estudios en Geopolítica y Bienes Comunes (GYBC),Taller Ecologista, Trama Tierra, Observatorio Observatorio Petrolero Sur (OPSur), Instituto de Salud Socioambiental (INSSA), Centro de Documentación e Investigación de la cultura de Izquierdas (CeDInCI), Centro Interdisciplinario para estudio de Políticas Públicas (CIEPP), Fundación Rosa Luxemburgo (FRL-oficina Cono Sur), Asociación Argentino-Uruguaya de Economía Ecológica (ASAUEE), Grupo de Investigación sobre Economía Ambiente y Sociedad (GEEAS), y diferentes especialistas que hacen parte de redes de investigaciones y experiencias colectivas. Según sus propias palabras “[..] el denominado Equipo Transiciones se propone construir horizontes y alternativas comunes en el marco de una Transición Ecosocial justa para Argentina”.
Ciertamente, es relevante esta iniciativa no solo por la idoneidad, rigurosidad y compromiso del trabajo que exhiben estas organizaciones, sino sobre todo porque, aunque el ambientalismo cuenta desde hace mucho tiempo con los saberes y cuadros técnicos e información pertinentes para contraponer ante la sociedad no solo una visión diferente sobre la realidad sino una perspectiva realista de horizontes alternativos, la iniciativa confluyente no se había dado. Hay que reconocer, sin embargo, que la misma es tardía si se consideran los tiempos en juego, y que esa condición marcará el camino que proponen transitar, que lógicamente presenta varios otros desafíos estratégicos, y es sobre ellos que se centra la reflexión de esta nota.
La Transición Ecosocial (TES) involucra muchas dimensiones. En principio, si convenimos en caracterizarla como policrisis, va de suyo que abarcará prácticamente todos los aspectos de la vida social, incluida la relación que esta sociedad ha gestado con la naturaleza de la que, sobra aclararlo, forma parte.
Sin embargo, para ser estudiada y abordada la TES suele resumirse a efectos prácticos en algunos pocos planos de la crisis: el tema energético, el tema del modelo productivo, el del trabajo, el de la alimentación, la crisis climática. También están la crisis de la democracia o el sistema representativo, así como el tema del modelo económico que parecen tener menos peso específico dentro la reflexión que se propone. O sea que es más manifiesta la necesidad de transformar radicalmente los cinco primeros aspectos que estos últimos, como si hubiese más confianza y menos pesimismo respecto a la posibilidad de transformar los primeros que los últimos dos, tras ello todo un debate posible.
Pero, hay en el diagnóstico dos omisiones importantes: la crisis educativa es una ausencia muy significativa en la reflexión ambientalista y es mucho más relevante de lo que se asume, mientras que el modelo comunicacional a adoptarse durante la transición, con las TIC incluidas parece un asunto esquivo difícil de encarar. Dos temas íntimamente relacionados, más allá de que, obviamente, la totalidad de los planos se imbrican complejamente.
Otro aspecto ausente es el posible debate sobre el decrecimiento o a-crecimiento, tema que se asume como discusión válida en el Norte Global o desarrollado, pero no parece encontrar lugar en la agenda del Sur. Hay razones para ello que no cabe mencionar, pero lo cierto es que el camino del decrecimiento o a-crecimiento (que como posibilidad debe ser entendida y valorada en nuestro contexto regional y desde nuestras necesidades y potencialidades y no con las lógicas del norte) es el único posible para una transición justa a mediano y largo plazo y nada justifica no ponerlo en agenda, sobre todo cuando de construir una narrativa verdaderamente alternativa se trata y cuando además no hay ninguna otra narrativa verosímil.
El desafío es mayúsculo, una revolución sin duda en todos los planos, inédito. Pero quizás la mayor preocupación gire en torno a la ausencia de un plan político y la organización correspondiente, para poner concretamente en el terreno de la disputa social la visión y las propuestas técnicas, políticas y éticas que sostienen la visión ambientalista/ecologista sobre el presente de crisis, el horizonte deseado y, en buena medida, las rutas a seguir para alcanzarlo. Pues, aunque se mencionó la necesidad de derivar en construcción política, el asunto no tiene plazo. Tres años de investigación coinciden con el fin del ciclo gubernamental. De no tener para entonces una propuesta política -que será lógica e inevitablemente parcial pero ofrecerá ya una opción para elegir- se estará posponiendo por otros 4 años esa posibilidad, con toda la gravedad que sabemos ello implica en las actuales circunstancias.
Es imperioso constituir una voz política fuerte que exprese las posiciones unificadas de un amplio universo de ciudadanos que acompañarían total o parcialmente una estrategia de Transición Ecosocial.
Cierto que el sistema político hegemónico impone sus reglas, pero no cabe a esta altura de la historia perderse o volver insistentemente a discusiones sobre si desde adentro o desde afuera, si reformismo o acciones radicales, si partido u otra cosa, porque no hay tiempo para eso y todas las estrategias y herramientas siempre y cuando respeten acuerdos éticos de mínima y determinados límites autoimpuestos serán necesarias y alternativamente útiles.
Por otra parte, la fisonomía que por razones de orden legal exhiba hacia afuera una posible organización política en modo alguno determina o inhibe la posibilidad de crear un orden del todo diferente hacia el interior de la organización, uno que represente cómo pensamos, sentimos y construimos colectivamente y sin jerarquías.
La sociedad espera propuestas nuevas y este momento de crisis profunda es una oportunidad única para colar esa mirada que las luchas ambientales, cierta reflexión científica y la resistencia y defensa de los derechos humanos han sabido construir y hacer confluir y defender a lo largo de la prolongada decadencia del sistema político y económico argentino. Se trata de disputar el sentido del sentido común y el ambientalismo tiene los mejores argumentos. Pero no es una tarea que pueda esperar a que estén listos los diagnósticos. Tampoco, es un compromiso endilgable a nadie en particular, sencillamente es un accionar que no puede esperar.
Porque surgen estas preguntas ¿vamos a permitir y convalidar, una vez más, que algún partido político del/los existentes nos represente, represente nuestro sentir, nuestros saberes y certezas y dudas, a sabiendas que ninguno de entre los posibles las comparte y algunos no las comprenden aun? ¿De que no solo no sabrán o no querrán comunicar nuestras ideas y diagnósticos, sino que muy probablemente intentarán cooptarlas y resignificarlas en función de sus intereses? ¿Qué sentido político, socioestratégico, prospectivo tendría eso? ¿Qué rebeldía, esperanza o desesperanza mueve al ambientalismo a renegar persistentemente de organizarse políticamente y pelear espacios de poder y de gestión? ¿Qué sentido práxico tiene no hacer lo necesario para amplificar socialmente el debate e instalarlo como alternativa posible, aun cuando fuese vista al principio como un delirio? ¿Y por qué negarse asumir el compromiso de gobernar allí donde pudiese ser posible?
Hay localidades municipales, pocas, que experimentan gestionar con lógicas diferentes próximas a criterios ambientalistas con distintos resultados. Aunque sencillos y restringidos no dejan de ser intentos transicionales ¿Por qué no intentar escalar esas experiencias multiplicándolas? ¿Por qué después de 20 años de lucha y resistencia exitosa a la minería en Esquel no se ha consolidado allí una fuerza política que represente, dentro de la institucionalidad gubernamental, el consenso ambientalista y se anime a dar batalla por la gestión?
Los saberes construidos, la capacidad profesional, la clarividencia diagnóstica, la voluntad de salvataje ante la emergencia son groseramente superiores entre las asambleas socioambientales respecto al berretismo genuflexo gubernamental en Córdoba. Sin embargo, aquellas no dan batalla política, solo resisten con enorme dignidad ¡Sería un gran paso adelante en la presente crisis eco-humanitaria en la que estamos metidos, escalar el trabajo atomizado de este movimiento, organizarlo y articularlo bajo una modalidad colaborativa de asistencia recíproca entre tantas organizaciones que de una u otra forma accionan por una justicia socioambiental, allí donde la crisis más castiga! Porque del Estado, el actual en particular, no se puede esperar nada.
Precisamente, el carácter del Estado fue otro de los temas abordados en el encuentro del Equipo Transiciones, pero curiosamente el enfoque adoptado más interpretativo e histórico que performativo, casi concluye que, aunque se sabe qué podría hacerse, por tratarse de un fenómeno global, un estado ecosocial solo es posible a nivel global. Lo mismo pasó con la cuestión del modelo económico y la deuda, e incluso con el cambio climático mismo, aspectos de la crisis que, por manifestarse como fenómenos globales, se argumenta, solo pueden solucionarse mediante consensos globales. Lo cual equivale virtualmente a renunciar a practicar algo en, desde y para nuestro territorio y nuestra sociedad, o a esperar a que el mundo se decida a confluir, o tal vez a que el colapso finalmente ayude a reacomodar las cosas.
Algunos fragmentos de las alocuciones son elocuentes en cuanto al propósito del Equipo Transiciones que, insistimos, merece el mayor apoyo y reconocimiento, pero también evidencia que aún está pendiente la urgente gestación de un movimiento político capaz de disputar poder de decisión sobre territorios y estrategias de gobernabilidad:
“En tiempos de resignación política...pensar colectivamente es la opción”.
“No queremos construir un programa político sino una red, propuestas en articulación con organizaciones de la sociedad…Sobre la doble crisis de deuda se están buscando propuestas en el mundo y están abiertas las oportunidades para incidir y quién sabe si alguna vez alguna fuerza política del gobierno lo tome como parte de las herramientas, ya es escapa a lo que estamos haciendo…. nos vamos plenos de conceptos horizontes…”
Son afirmaciones más próximas a la resignación activa que cualquier voluntad de poder.
Seguir investigando, precisar con el mayor rigor los datos y la información, prever o anticipar posibles conflictos, hipotetizar futuros escenarios posibles, imaginar estrategias de transición, poner los saberes colectivos en diálogo siempre será permanentemente necesario, pero parecería que no hacemos conciencia de la dimensión temporal implicada.
De nuestros propios diagnósticos, surge que no contamos esta vez con el tiempo de otras veces. 30 acaso, 50 años, o tal vez mucho menos será suficiente para que ciertas variables ecológicas marquen un escenario sin retorno mucho más complejo de solucionar o insoluble. Lo corrobora la ciencia[2].
Por otra parte, el avance de las derechas en todo el planeta es, esta vez, no menos inclemente, pero sí más desembozado y poderoso que nunca porque la brecha entre muy ricos y poderosos, y el resto es inédita y tampoco hay a la vista un modelo creíble que oponer. La misma democracia se encuentra en franca decadencia. Y las históricas identidades que otrora organizaban al conjunto social están desestructuradas, degradadas o desaparecidas.
En cuanto a la educación (ausente en el debate como se dijo) que se practica en el mundo y en el país no está muy lejos de ser, como dijera Iván Illich:
“el rito de iniciación que conduce a una sociedad orientada al consumo progresivo de servicios cada vez más costosos e intangibles, una sociedad que confía en normas de valor de vigencia mundial, en una planificación en gran escala y a largo plazo, en la obsolescencia continua de sus mercancías basada en el ethos estructural de mejoras interminables: la conversión constante de nuevas necesidades en demandas específicas para el consumo de satisfactores nuevos”.
En el campo educativo está todo por hacerse.
También fue mencionado el fracaso del llamado progresismo por no consolidar los cambios que se propuso, y por comulgar, en definitiva, en la misma lógica liberal, productivista que rige el capitalismo.
En Argentina, ese progresismo es fundamentalmente el peronismo o lo queda de él (el resto pasó del todo al lado oscuro, salvo la izquierda que sigue donde siempre). Sin embargo, a la hora de la crítica, parece que cuesta ponerle nombre y apellido, como si de allí pudiese todavía esperarse algo diferente y conducente cuando todo indica lo contrario. Y aunque esto pudiese relativizarse, pues el peronismo es inefable, no llevaría nuestra agenda. Pero, podría necesitar de nosotres y, de darse el caso, será indispensable que no se nos encuentre desorganizados, sino todo lo contrario, pues se trata de imponer agendas.
El cambio cultural fue señalado también como preocupación en el evento de marras, no surge solo de la nada o de la anomia. Alguien debe comunicar que otro mundo, otra sociedad, otra relación con la naturaleza, otra democracia, otra forma de trabajo, otra educación, otra economía, otro uso de la energía, otra forma de alimentarnos, otra forma de tratarnos y tratar a las otredades todas, son posibles. El punto es que si no lo hacen -hacemos- los mismos ambientalistas, nadie lo hará por nosotros.
Pero hacerlo implica gestar un plan de acción político que incluya acciones concretas y concertadas en los planos de la comunicación, educación, organización, movilización, jurídicas, de gestión, cuando se abran las posibilidades que hay que buscar y, en fin, un plan para ampliar la influencia del pensamiento que nos guía, al conjunto social. Eso no está ocurriendo en la escala necesaria y no parece estar en la agenda ni de los sectores del conocimiento que se inscriben en este amplio movimiento, ni en los muy diversos grupos sociales que lo conforman.
Es difícil establecer con cuántos ciudadanos contaría una propuesta enfocada en la Transición Ecosocial. Los ambientalistas son un grupo transversalizado que también convive con otras identidades, pero es presumible que una propuesta integral bien concebida y realista podrá traccionar un interés significativo.
Pero, lo cierto es que el debate, este debate, no habita más allá de un pequeño nicho en las redes y medios alternativos, con algunas emergencias en los grandes medios, salvo en momentos de catástrofes. Los ambientalistas activos en las redes podrán calcularse en algunas decenas de miles tal vez. El encuentro del que hablamos fue noticia para apenas algunos miles con suerte, y visto en forma completa por mucha menos gente.
Hay una construcción política que nos está faltando, que es urgente e indispensable para una Transición Ecosocial, para unificarnos, integrándonos a una organización plurisectorial, diversa y horizontal que pueda antes que nada potenciar la energía de las comunidades en lucha sobre la base de una agenda nacionalizada, una estrategia comunicacional certera, múltiples y simultáneas acciones territoriales de tantas cooperativas políticas locales confluyentes como sepamos generar y una pluriplataforma de objetivos alcanzables desde ahora con prisa y sin pausa.
[1] Lanzamiento del Equipo Transiciones: https://www.youtube.com/live/-0MlmmUbnx0
PABLO SESSANO
Pablo Sessano dice ser ecologista, educador ambiental, permacultor y ceramista: saberes confluyentes sin academia que fueron tejiéndose durante décadas entre arraigos y desarraigos pero a partir de una preocupación temprana y esencial: valorar todo lo existente, recuperar la sencillez de la vida y del conocimiento. Saberes “legitimados” también hay: Especialista en Gestión Ambiental Metropolitana, Eco auditorías, y Políticas Públicas Ambientales. Investigador independiente, docente universitario, responsable de programas educativos institucionales, empleado publico y articulista “random”. Una humilde urdimbre de experiencias que toca poner mas que nunca, al servicio de descolonializar nuestra existencia, reecologizar la vida, subvertir el orden instituido.
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