La Lechiguana recomienda y comparte un fragmento de Boolodo poro Corloto (Editorial Kiveve, Neuquén, 2023) del escritor paraguayo Humberto Bas.
La novela se puede pedir a Proyecto Kiveve (IG: https://www.instagram.com/kiveve.editorial/), quienes hacen envíos a todo el país.
En Neuquén: Malapalabra Casa librera. Dirección: Ministro González 63.
En C.A.B.A.: Librería Aquilea (Corrientes 2008) y por https://salvajefederal.com/
por Humberto Bas
para leer desde el celular, recomendamos hacerlo desde acá:
LA LLUVIA despanzurra su tripa contra la ventana. Embelesa y sigue, sigue, y uno contra el vidrio, mientras el mundo se desagua en los raudales.
El agua se junta en la cuneta y abre un zanjón; se mete debajo del árbol caído.
¿Habrá sido el ruido de anoche... los refucilos por las ranuras?
Debajo de las ramas, chinglón, chinglón, se pierde el agua.
Pasan hojas, basuras, cáscaras y bichitos ahogados.
Bichitos patas arribas o de culo al cielo; basuritas sin voluntad propia que no se distinguen de las burbujas que explotan y vuelven a inflarse. Bichitos sin ganas de no morir.
Pasará, pasará, el último...
En medio del raudal hierve una cucaracha que se llama Martina. Martina viaja prendida a una rama. Patalea, se afirma de un lado, la rama gira hacia el otro. Desaparece.
Se interpone un Hábeas Corpus y Martina aparece.
La firmeza de su rama es tambaleante y cae del otro lado. Entonces uno se persigna y la santa señal funciona y Martina sale y encuentra al mundo mirándola desde la otra orilla. Y vuelve a caer. Y parece indefectible lo inexorable. Entre los montones de bichos ella va a morir solita.
¿Y qué puede hacer un Carlito así?
A lo mejor creer que la cucaracha se divierte cada vez que zambulle. Mejor eso y no que la pobre está que ya no puede y sólo espera que la noche surja en su cabeza o que la muerte no sea más que un sueño a cuentagotas.
***
EL TALCO del callejón se hace bodoquito en la nariz.
Labuela se abanica en la cabina. Con la misma pantalla que hace fuego apaga el calor.
Labuela...
Uno se divierte lo más lindo trepado en la carrocería, hasta que llega el papá y...;
Sit down, ¡¿Eh?!;
... te estira del copete.
La madera de la carrocería quema el culo y arde el pelo mientras la runfla de primos se te ríe.
Y se llega por fuera de los bullicios. Lo único que querés es ver la hilera de árboles viboreando el arroyo.
Desde el barranco la arena acaramelada bajo el agua. El agua bajo la sombra, la sombra bajo los árboles, los árboles bajo el barranco, el barranco bajo las nubes, las nubes bajo el sol, el sol en el cielo y el agua que de pronto te llega hasta el pecho.
Lilú y Tole en el lodo hacen casitas de esquimales. Marriano caza una mariposa y sujeta sus alas. El bichito aletea, pero no va a ningún lado.
¡Miren!;
... grita.
La mariposa coletea; es un perro en celo sin perra debajo. Yerocuada al pedo.
Las alas se desprenden y la mariposa larga un polvillo de color. Sigue aleteando de memoria, arrastrándose sobre la arena. Llega al agua y se deja llevar por la corriente, como la cucaracha Martina.
Se muere y se da cuenta cuando es tarde para darse cuenta: un cardumen de mojarritas picotea su tripa de colores.
El papá se tira del barranco y el agua eurekea por los bordes. Carlito nunca vio una ballena. Las señoras mamás en la sombra de un Ingá. No se mojan porque están en sus días.
Chicharras, aguaciles y tábanos arrastran las redes de sus sombras sobre el agua.
Carlito se sienta en el tronco del Ingá que atraviesa el arroyo. La rama se balancea. Está todo tranquilo de nuevo. Se fue la rabia de hace un rato. Se siente el olor a comida, y el relincho de un caballo por allaité.
Se puede divertir con minucias. Reírse sin aspaviento cuando una mojarra espanta a las más chiquitas y salta dos veces para morder tu sombra. Después vuelven las otras y uno por conmiseración le acerca el pie y ellas se ponen a picotearlo. Entonces uno ríe con más ganas. De repente nomás se te hace que el arroyo es el gallinero de Labuela y las mojarritas los pollitos del agua.
***
EL AIRE es una gallina. Presiente el peligro y se aquieta.
Un periscopio tu cuello.
Bichitos, plantas y pájaros se tapan la boca; las mojarras buscan escondites. El silencio se refugia en las orejas y las hojas se irritan.
Sobre las totoras del recodo cabezas escondidas. Llega el frío sobre una ola que rebota en el barranco.
¿Qué sucede?
El agua que corre, marea; el agua quieta, chupa. Va a gritar, pero no encuentra motivo.
Es alto el tronco del Ingá. Se toma de una rama para girar y entonces un bicho surge desde el fondo y el agua explota. Pajas y raíces chorrean por la espalda y se mete entre tus piernas.
Manotea y sólo aire. La cosa es más fuerte que el susto. De pronto sabe lo que siente una garrapata y una tortuga. Alguien desde su adentro le empuja la voz.
¡Noooooo...!
Se siente salvado cuando las cabezas emergen en el recodo. Pero ninguna cara tiene la forma del susto que tiene su cara. Y se ríen en algarabía que salpican con manotazos.
Y por más solo en el repente, de un tironeo se arroja al agua y se escurre entre las piernas que tratan de cerrarte el paso. Su piel sin fraguar tiene el aceite del miedo y se les resbala.
Atraviesa el cerco, y como a Lovera, el alambrado te tajea una raya en la espalda.
¿Premonición?
Pica, pero no hay tiempo para rascarse.
Sube por el sendero que se escarba en el barranco. Se mete al callejón y se encuentra ante la bocacalle que hilvana en la loma la disyuntiva de su fuga.
Cierra los ojos para no elegir. Adelante, atrás y en el mismo lugar está el desasosiego.
¡Lovera!
Se detiene sobre el puente. Pisa uno de los bulones que titilan por el calor. Salta. Cuesta arriba y muy lejos el callejón se esconde en un bosquecillo.
Llegan. El papá en punta. La runfla detrás.
¡Allá, allá...!
Y uno que sólo quería ver mojarritas de repente se vuelve la mariposa en manos de Marriano. Una procesión atenaza tus manoteos y pataleos y te regresa al arroyo. Sabés lo que va a pasar, pero no el orden. Y la disyuntiva se resuelve cuando tenés el agua cerca.
Cerca de la nariz, cerca de tus ojos, dentro de tu boca. De tan cerca el agua no tiene más remedio que entrar por tus agujeros. Los chiflidos se pasean en los rincones de la cabeza. El aire se vuelve líquido; visto desde adentro el líquido es tostado. Cuando se te ocurre respirar los pulmones se atragantan.
Gritan, hablan arriba, retumba adentro. Avasallan por dentro y por fuera. Se apropiaron de tus tripas.
Aprenda a nadar, ¡¿Eh?!
Se ríen. El papá es muy gracioso. Te sacan y escuchan que gritás. Más se ríen. Todo es tan simpático para todos, menos para vos... que no sos. Entonces buscás otra manera de entretenerlos y tosés. Te ahogás entre estornudos y aumenta tu gracia.
Uno no tiene más remedio que quebrarse.
Llora.
Y más gracia aún.
¡Está llorando el nenita!
Y te salpican, como si eso ya pudiera mojarte. Siguen así, estúpidos hasta que se hastían de vos y buscan otra cosa con qué divertirse.
***
UN CARLITO es cucaracha por solidaridad de experiencia y está mirando en la lluvia su recuerdo.
El recuerdo se espesa mientras mira al bichito que se bambolea. Y qué alivio cuando la ramita se tranca antes de caer en el drenaje.
A los trompicones Martina pisa la vereda sin charco, se monta a las ramas más firmes y se va.
¿A quién pisarle la cabeza, a quién dedicar su odio? ¿En quién descargar su desesperación, con quién llorar su tristeza?
Si por lo menos algún dios estuviera a mano...
Y uno se alegra por el bichito yendo. No importa que después aparezca en el ropero, entre tus ropas y agarres un zapato y de un golpe le despanzurres la tripa, o lo que sea esa cosa blanca que suele salir de las cucarachas cuando se las restriega contra el piso.
***
EL VIDRIO sabe dulce. Aura de labios, bigotes de vapor.
Se trenza el agua en la cuneta.
Sigue lloviendo. El cielo con enojo calmo. Detrás de las nubes pasan luces. Nada se resquebraja.
Lluvia muda.
Regresa a la cama como si volviera a respirar después de mucho rato. ¿Por dónde anduvo el aire todo ese tiempo?
Un chuchito de vinagre te sacude y te hace sentir polluelo.
Va entrando la mañana. Algo dice que no puede seguir chupándose los labios ni tocándose las orejas. No porque alguien diga que no, sino porque ya había vuelto de esos lugares, y sabe que la única forma de estar es andando.
Es que crece la fragilidad de las cosas que se estuvo tocando;
¿Recuerdos?;
... y entra miedo.
No miedo cualquiera. Miedo como los olores de las cosas que están por llegar.
La voz de mamá dobla en la puerta.
¡A desayunaaar!
Ya no hay asombro. Toda la sorpresa es comprobar que sucede lo que estás esperando que suceda.
Las cosas se mueven, pero les falta algo. Como un refucilo sin trueno.
Se escarba los oídos, pero la sordina sigue. De a poco uno se acostumbra a los movimientos chatos y se resigna a estar callado.
Ladra la lluvia. Tachuelas, clavitos con paracaídas. El día es pura mueca. Domingo postizo.
Si alguien estornuda, suena a recuerdo. A algo que está ocurriendo antes, o lejos, atiplado por el aire denso que se interpone a todo.
Se anda torpe por el corredor.
Extraños. Extraños ellos, extraños los movimientos, la casa, el aire húmedo, el silencio aplastado y el color entrecortado que entra por la ventana.
¿Qué puede ocurrir?
Salvo la resignación a entretenerse mirando los chicoteos del agua contra las paredes, nada. Sacudidas de árboles; el color herrumbroso del día, sin atisbo de que las horas pasen alguna vez.
No se puede saber si se avanza hacía la noche o se recula hacia la madrugada.
El trecho que lleva a la tarde, esporádicamente se hace más silencioso que ningún otro. Y en el mismo día se vive varias vivencias, y se enciman los recuerdos.
¿Cuándo era que ocurrió este silencio?
Y era recién. Pero el recién de ojos cerrados siempre está siendo.
En medio de ese silencio se agranda el cloc de los relojes. Las agujas son moles caminantes. Cada paso sacude la casa.
Cloc... Cloc.
Es la única evidencia de que se anda hacia algún lado. Pero algún lado tiene la dirección incierta.
Nada se sabe, todo se supone.
Se supone que es tarde cuando el viento gira, clava hilachas de agua bajo la puerta y forma charco. Se siente ruidos de bocas en la cocina. La sartén hace un chillido.
¿Tortillas?
Llegan olores.
¿Qué hora será?
Hay una lata en la panza que el estómago trata de morder. Te ponés un zapato y a la cocina, y va que justo tu pie descalzo pisa el charco, ¿no?, y el ruido es el chapoteo de los patitos en un agua sin fondo; y el agua encascarada revienta con ese plís que llama la atención a cualquiera.
Y cualquiera es el papá con la cabeza gacha sobre el mate. Siempre que toma mira al suelo. Y para mirar otra cosa, levanta las cejas.
El ¡plís! es su otra cosa y levanta las cejas, con un leve arco visual que es suficiente para caber completamente tu pie descalzo. Tarde para esconder la evidencia de un zapato ausente. Todo uno es ese pie descalzo.
Vaya a calzarse, ¿¡eh!?
Y uno iría y volvería haciendo ruidos chuingui... chuingui con el pasaporte pedestre para deambular por la cocina, y decir;
Mirá, papá, ya me calcé;
... y si no te mira, insistir;
Mirá, papá;
... y si sigue sin mirarte, repetir;
Mirá, papá;
... atosigarle con;
Mirá, papá;
... hasta enojarlo y escuchar que te contesta;
Ya lo ví, ¡mierda!;
... que tanto da gusto escuchar a veces.
Pero uno sabe cuándo decir algo, y cuando no. Ahora es un cuando no. Por eso dice;
Sí, señor;
... y regresás para... ¿calzarse qué?
Y ojalá que cualquier día de antes sea hoy, al menos por un ratito; que sea mentira el zapato enterrado en la calle, aunque tampoco uno se arrepiente, porque el susto en la cara de la Vieja del Frente es una gratificación eterna.
Y ante la imposibilidad de cumplir una orden, es aconsejable dejar que pasen los ratos; que el tiempo y el ruido hagan lo propio, y se vuelve a la cama y se hace un embutido con la frazada, mientras la lluvia con sus curuvicas de vidrio sobre el tejado apalabre ante el papá una amnistía para dentro de cualquier otro rato.
***
TODOS LOS días son un solo día enchorizado por la lluvia. Los días sin lluvia abren paréntesis para que el mundo sea verosímil.
Y si los momentos se repiten, o son variaciones de un original, es porque hay gallos fuera de tiempo perfilando sus cantos.
La punta del zapato sobresale y la del pie descalzo se mueve bajo la cobija.
¿Con zapato en la cama?
El reto a cuenta de lo que podría venir.
La chorrera luminosa entra por los buracos de la ventana. Por ahí, un movimiento de Tole en la cuna, la respiración de Lilú en la otra cama, y nada más.
La frazada en el suelo y la sábana sobre tu cuerpo.
En la calle brotan dos hojitas; dos monitos asomando sobre el muro. Los restos de arena como placenta.
La Vieja del Frente mirando el brote donde enterraste tu zapato.
¡Otra carambola!
No quiere arrancarla, no quiere acercarse a nada que sea tuyo; y uno, vos, complacido. Uno siente el yuyito tierno; siente que lo soba suavemente, aunque tampoco crea en ciertas cosas. Pero cuando Labue anda metida, hasta un zapato puede brotar.
Nadie habla. Suenan pasos por el corredor. Rebota por los rincones su ruido. Se apagan las velas y vas entrando a una otra noche, distante y anterior. Tenuemente quedan los pabilos ardiendo en una estela fina.
Tenés que acostarte, Carlito. Ya tuviste jolgorio todo el día.
Hoy tu regalo es la suavidad y una caja envuelta en franela.
¿Dónde anduvieron las palabras lindas que de golpe regresan?
Se abre el regalo y se va inundando la duermevela de olor a suela cruda y betún. Se entreoye el chillido de la plantilla, y un puf soterrado de patear algo.
La remerita azul con rombitos blancos, el cuello con botones que prende en el hombro, y el pantalón con bolsillo atrás.
Estás chusquito. La vela, la torta y los regalos. El mundo es tuyo por un rato.
Surge desde la penumbra la ocre cara del sapo. Exhausto de fealdad y cloqueando como gallina muda.
Saltan brasas del fogón.
¿Fuma, Señor Sapo?
Sí, como no.
Hubiera sido mejor que no se rieran Lilú, Marriano y Juanpi. Uno se debe al público y le ofrece la leñita con brasa al Señor Sapo.
La brasa tienta la vista del ojizambo. A diferencia de los perros, los sapos están afectados de orgullo; mantienen la cabeza erguida y uno piensa en el rechazo de la invitación. Y en mitad del silencio;
¡Glup!;
... un lengüetazo seco y aparece la oscuridad en el lugar de la brasa.
Después surge un humito atravesando el cuello del Señor Sapo; la carga negruzca del carbón y tu mano en el cuello, la nariz apretada en vano y la chamusquina que va enrollándose en tu cabeza.
El Señor Sapo corre hacia el charco. El canalito se resquebraja en la oscuridad. Se siente el chapoteo liviano, se adivina los rastros de la pezuña en el barro, se imagina el cuello harapiento del Señor Sapo y se recobra la calma riéndose como loco, vuelteando los ojos, emborrachándose de ese olor pajarito que hace de tu nariz un tejado dónde empollan los recuerdos que después empiezan a volar cuando llueve amanecido y todo el aire es lluvia.
***
EL NÍSPERO de mangrullo. De entre sus ramas se ve lo que no se ve. Las cabezas por el caminito que va a la letrina. La letrina sin techo. Los tablones a media altura que hacen de tapia. La puertita de arpillera que trasluce las siluetas de los necesitados.
Entonces zumban las abejas, ¿no?; llegan a libar las escaras amarronadas de trocitos de papel y los marlos acumulados a un costado.
¡Aggg!
¿Cómo puede saber dulce la miel que sale de allí?
Mejor es quedarse con la apelusada pulpa del Níspero. ¡Choguy!, ¡choguy!, la picoteás y después te das cuenta que el Níspero escurre sus raíces hacía la letrina.
¡Aggg!
¿Todas las dulzuras vienen de la mierda?
Se piensa así mientras el recuerdo trae el viento con olor letrina y zumbidos de abejas. Pero cuando está la miel frente a tu cara todo se olvida y empezás a embadurnar tu boca, tu pelo, la mesa, la silla...
Al papá le causa gracia tu gula. ¿Le recordás a su antes que siempre se le escapa?
Chupamiel, Chupamiel;
... dice riéndose y te toca la cabeza.
Te chiflan para jugar y ya sos un cusquito que meándose el rabo sigue el silbido.
Entonces la mamá vuelve de misa con la alegría atolondrada de su caminata a la iglesia. Los encuentra jugando, y cree que esa armonía es la respuesta a sus plegarias y reafirma su fe en los milagros.
El papá se esconde. Lo encontrás. Ladrás. Pero se te escapa. Se parapeta detrás de la mesa. Te vas hacia un lado. El hacia el otro. Ladrás. Vuelta de burro. Batata mueve la cola. Ladra. La mamá también ladra. Tres detrás del papá.
De repente mamá abandona el juego. Se apoya en la mesa. Su cara se marchita.
Alcanzás al papá y el papá con una mano marca un territorio que no podés pasar. Se te ríe de tu no poder.
Mamá mira sus manos, se palpa el trasero. No le alcanza el cuello para mirarse detrás.
Cambia de lugar y se recuesta en una silla. Vuelve a intentar lo del trasero. Tampoco. Sacude las manos, menos aún. Se retira pringosa.
Labuela le diría;
¿Tenés azogue en el culo?;
... y a uno se le hace que azogue es una soga de lombriz que sale del culo; por eso uno se rasca como las mulas contra el árbol.
La mamá sigue mirando sus manos e intenta ver su trasero. Una y otra vez. La fe se le va agotando y por la fisura de su sonrisa sale vapor y chillido de la pava, que va a terminar en coscorrón cuando se dé cuenta porqué te llaman:
Chupamiel. Chupamiel...
***
NOCHE SIETEMESINA. Apenas una lluvia desteñida que corre por su cuenta.
El estruendo de un rayo sobre un árbol, el gajo caído sobre un cable y de regalo el apagón. Aroma a polvo rezagado.
El refucilo transparenta los cuerpos. Toqueteos a tientas en las paredes y tropiezos.
¡Ay!
Algo se raspa y aparece una cabeza de luz que desparrama humito blanco. Desaparece. La cabeza se desgaja hasta que el pabilo de una vela chisporrotea y crece con chucho.
El papá maneja la oscuridad. Ojalá uno conozca el orgullo.
Venganacá niñooos.
La mamá sale al patio.
¡El carbón!, ¡el carbón...!;
... grita y logra salvarlo del agua.
Lluvia traidora.
Brota el fuego en el bracero. El humo se emperra. Los pantallazos enrojecen las brasas y encelestan las llamas.
Hay tibieza en la cocina.
Uno tiene y no ganas de ir. Algo como una modorra estaquea en la ventana.
Los rayos estrían el cielo. Inútilmente los quiere agarrar con las pestañas; seguirles el rastro, dibujar en la cabeza esas raíces de luz que cuando son ya fueron.
Levanta la cobija, se cubre y se pone otra vez en la ventana.
La Vieja de Siempre enciende una vela. La lumbre no encuentra su forma y se dispersa hasta hallar su sitio en el aire. El pabilo se contornea en una llamita cadenciosa.
Uno se tranquiliza.
Sentarse sobre la máquina de coser. Ninguna falta en la soledad.
De repente sí; debe haber alguien atrás. Gira la cabeza.
En el marco de la puerta una silueta.
Espera el ¿¡Eh!?
Uno ya está desliando la manta para bajarse. Sus ojos son cuajos que todo lo descomponen.
Se acerca y es como una bola caliente. Se prepara para saltar de antes que sus dedos atenacen sus orejas.
El papá lo ataja.
¿Y ahora?
Le arregla la frazada alrededor del cuello y lo cubre hasta la nuca.
Silencio, estatua, no respira.
Le da un beso en la cabeza y se va.
¿Será esto la parálisis infantil?
***
CUANDO ESTÁS o te dejan, el pecho es una máquina de hacer significados y el embelesamiento una forma de vida. Después se dispara como un zorrino dejando tu olor en la nariz de los demás.
La sábana se infla con tu respiración. La mano agarra el pito. No porque vaya a caerse, sino que da gusto sentirlo pescadito.
Siempre es lindo tocarse de mañana. Pero hoy es más lindo todavía. Tal vez porque sube ese su olor de tres días sin bañarse. Ese olor desprendido del sobaco, sin lavarse una semana. El olor del pelo apenas untado con la saliva, como para salir corriendo y salvar las apariencias antes de entrar a la escuela. Así de puerquito se anda. Y es lindo andar puerquito así.
Todos los olores bajo la sábana: el de sus pies, de la roña entre las uñas; el de su pito, con ese queso blanco y rancio formando una costra; el del colchón, con todos los recuerdos de los orines de antes.
Y de gusto se corona todo con un pedo. Un pedo inofensivo, de cuando se come bifecito con arroz y queso fresco; no de porotos con batata y jugo de naranjas y postre dulce de leche.
A Lilú no le gusta ninguno y de escucharlos nomás tapa su nariz y sale corriendo. Uno se queda disfrutando el sonido que alavueltea antes de atravesar los agujeritos de la sábana que son como coladores y que hacen llegar los sonidos distorsionados.
Labue, mi culo es una cornetita.
HUMBERTO BAS
Paraguayo nacido en Jaguaracagmyta. Reside en la Argentina.
Publicó La Culeada y otros Cruentos (Editorial Barcoborracho, Buenos Aires, 2008), adaptado al Teatro por Grisel Nicolau.
El Superpalo, novela (Editorial El Fracaso, Neuquén, 2010).
Varoncitos, cuentos (Ediciones con doble zeta, Neuquén, 2014).
El Sr. Ug..., novela (Editorial Entropía, Buenos Aires, 2015).
Gil Wolf, novela (Editorial AIK, Neuquén, 2019).
Comments