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Foto del escritorLourdes Landeira

Enjambres

Lourdes Landeira nos comparte fragmentos de su flamante libro Quizás la brevedad sea la forma posible del paraíso: retrato musical de María Laura Alemán (Ed. Hora mágica, 2024). Una biografía de la música y compositora trans argentina.

Pero, no es esta una biografía tradicional. Es, más bien, un enjambre de música, voz y poesía (entre dos amigas), una constelación entre "monstruos como bichitos polinizadores"; una que se sintoniza, a su vez, con el manifiesto de nuestra revista, La Lechiguana. Como señala Flor Monfort en la contratapa: "es una novela que cuenta una trayectoria llena de curvas peligrosas y plot twist inolvidables (...). Lo conmovedor de este libro es cómo la autora va encontrando, en silencio, mientras trabaja de escribir a su personaje, las aristas de su propia vida que se proyectan en el cielo de esta trama".


por Lourdes Landeira




De los hombres de la caverna heredamos la tecnología y el arte. Una flauta de hueso, una punta de flecha y los dibujos. Esa es la esencia del ser humano. Siempre pensé que el arte no es lo que yo hago ni lo que la gente recibe. El hecho artístico es esa cosa que circula entre todos. Yo necesito el contacto con la gente en ese len­guaje donde lo gestual es casi todo.

María Laura Alemán



El repertorio de la música de mi infancia vuelve en com­pás de 2 por 4 desde una de esas radios Spika forradas en cuero marrón clarito que mi padre sintonizaba a diario, o desde algunos pocos discos de pasta que los fines de sema­na ponía a girar. Lo recuerdo a él cantando, seguramente alguna letra de Julio Sosa que ya olvidé. Por las tardes, a capella, mi abuela solía entonar otra estrofa tangue­ra, con su voz finita y el dibujo interno del pentagrama de sus clases de solfeo tempranamente interrumpidas. Mi madre no cantaba. A ella le gustaba Pedrito Rico. Las mañanas de domingo que no iba a la feria le pedía a mi padre, poné a Pedrito. Y él lo intercalaba entre sus tangos. Mi madre no cantaba, me animo a decir que literalmente nunca la escuché cantar. Kurt Palen, un famoso director de coro internacional que por algún motivo había llegado a la escuela pública montevideana, cuando probaba las voces de su clase, le dijo: usted mejor calladita. Y mi madre obedeció. Y también yo, que heredé la sentencia por la vía del amplio compás de los silencios familiares.


No pensaba en nada de eso el día que fui a almorzar con María Laura Alemán y le propuse escribir su trayectoria como música. Me tocás mi fibra más íntima, me dijo ella y comenzamos a imaginar el proyecto. No sabía entonces que mis fibras íntimas también se ponían en juego.


Mi genealogía es uruguaya, más allá del lugar del naci­miento de mis ancestros. El origen no fue parte de la na­rrativa cotidiana y ahora que pertenezco a la generación mayor de la familia y me reconozco –tardíamente– como persona migrante, me enraízo en relatos que lejos de fi­jarse a un territorio constelan mis movimientos.

 

***

 


Me gusta la historia de La Lucila. Conozco esa estancia. Fui en auto, siguiendo las instrucciones de María Laura. Más allá de la inteligencia del GPS, es bueno tener recomendaciones locales sobre qué camino seguir. Sobre todo, cuando hay más de una opción. Cuando se puede elegir entre tomar el corto o el largo. Si llovió y no hubo suficiente sol para evaporar el agua acumulada en la ruta, el corto te puede empanta­nar. Si el sol fue suficiente para que el barro no sea más que una huella seca, inofensiva del camino, el atajo po­drá haber tenido sentido. En ese viaje, me tocó pantano y rescate.


Y más tarde, relatos.


De los fantasmas que insisten habitar la casa y sus alre­dedores, de intemperies, de estrellas en las hojas del vie­jo libro de Flammarion, de las luces de la estación, del tren que viene de lejos.


Antes, me había escoltado el camino de lapachos que supo ser un monte de paraísos. Estos árboles fueron re­emplazados por su corta vida y porque oscurecían mucho el lugar, me enteraré un rato más tarde. Ya había pasado la iglesia del costado y el guarda ganado. Ahí estaba la casa. Me detuve un instante antes de entrar.


Quizás la brevedad sea la forma posible del paraíso.

 

***

 

El universo de María Laura, tanto en la música como en la ciencia, no pretende ajustarse a la escala temperada del círculo perfecto, tiende a la espiral de afinación justa. A escuchar lo imperceptible de cualquier diferencia tonal.


En ese deambular disciplinas y escenarios, se maravilla por igual con las ecuaciones y los problemas matemáti­cos planteados tanto por las grandes mentes humanas como por la capacidad de sus alumnes del Bachillerato Popular de Soldati para aplicar la propiedad distributi­va sin conocer su enunciado teórico. Lo vivenció el día que les preguntó cuánto dinero juntarían si vendían cin­co pantalones de 120 pesos cada uno. Inmediatamente respondieron, 600. La repregunta fue cómo habían lle­gado a ese resultado. La respuesta: 5 100 + 5 20. Con el ejemplo, María Laura habla de cómo las matemáticas son un invento de la cabeza de la gente común que otras cabezas llevaron a la teorización. Recuerdo entonces el relato del divulgador matemático Adrián Paenza acer­ca del Teorema de Pitágoras que, en general, sabemos recitar sin dificultad: en todo triángulo rectángulo el cuadrado de los catetos es igual al cuadrado de la hipo­tenusa. Esto que nos ha valido la aprobación de algún examen escolar sin mayor trascendencia que la nota obtenida, en su origen, evitó peleas y muertes cuando en los remotos tiempos sin herramientas tecnológicas de medición, la gente tenía que delimitar sus campos. Paenza quería mostrar así, que la matemática apareció para resolver problemas de la vida cotidiana. Y María Laura agrega que las altas matemáticas vinieron a re­solver los problemas de la física, que es la vida cotidia­na vista con mucho más detalle. Por eso las considera, a la física y a la matemática, como las disciplinas más artísticas, en tanto ponen en juego la imaginación de un modo muy cercano al de la música y de la poesía.

 

En 2018, la Ley de Interrupción Voluntaria del Embara­zo llegó al Congreso, logró dictamen en diputados y, a la espera del debate en senadores, un grupo de artistas se dio cita frente a la explanada del Congreso de la Nación para exigir el tratamiento sin demoras y la aprobación. Organizaron un festival que se llamó Te quiero verde. Ahí, desde el escenario, María Laura empezó a ver ca­ras conocidas, las de docentes del Impa, la de mi hermano, la de su hermana, las de la gente de Soldati.

Las que inspiraron versos, las protagonistas orgullosas de que alguien les cante. A ellas, al lago mugriento de estrellas, al lugar en que viven y al que aman, aunque no tenga cloacas ni ser­vicios.

 

***

 

Enjambre es música en el repertorio de María Laura Ale­mán. Se inspiró en el Enjambre de Mostres del que participó en 2018 y en 2019 en San Marcos Sierra. El encuentro reú­ne a personas que suelen ser nombradas como monstruos despectivamente. Pero el colectivo se apropia afirmati­vamente del término. Aun así, no es de los que a María Laura más le gusta, a excepción de dos de sus acepciones, en las que sí encuentra lo bello. Una es la idea de la pensa­dora trans norteamericana Susan Stryker que relaciona al monstruo con el heraldo de la mitología griega, a aquel que trae la novedad. La otra, es como ella los imaginó para la canción: monstruos como bichitos polinizadores:


Y después, al aclarar,

cuando regrese el sol,

cada monstruo irá volando

a polinizar,

restaurando en esta tierra

su diversidad.




 

LOURDES LANDEIRA


Lourdes Landeira nació en Montevideo el 3 de mayo de 1966. En medio de una familia numerosa y conducida por mujeres, transcurrió su infancia -no tanto como edad biológica, sino como ese asombro original al que siempre se vuelve- en una casa grande sobre la calle Cufré. Madre-abuela-y-bisabuela fue la primera de muchas tríadas centrales en su vida y con la que forjó su mirada femenina -y luego feminista- del mundo. En 1985, emigró a Buenos Aires y también hacia la adultez. Desde esa experiencia radical de alteridad, comenzó a reflexionar sobre desarraigos y orfandades, pero también sobre la potencia de lo intersticial. Siempre lectora, en un momento decidió cruzar esa otra orilla y empezar a escribir. Estudió periodismo y realizó y dictó variados talleres literarios. En 2015, publicó el poemario Sospecha de Pájaro (Alción Editora). Desde ese mismo año y hasta 2021 integró la revista digital El Anartista, dirigida por Gabriela Stoppelman. En 2021 publicó los relatos reunidos en Mientras es cuando (Hora Mágica) y en la misma editorial, en 2024, sale Quizás la brevedad sea la forma posible del paraíso. Un retrato musical de María Laura Alemán. Desde 2003 coordina el taller y ciclo de lecturas Raspar la Olla junto a Viviana García Arribas. En 2024 se incorporó al taller de poesía de Flor Monfort y Noe Vera, Ars Poetix. Luego de unos cuantos tránsitos y mudanzas, dejó transitoriamente el doceavo piso en esa zona de contactos y transbordos que constituye Plaza Italia desde donde se ve muy cerca el cielo, la estación de tren y, con algo más de asomo, aparece el río. Desde que su hija emigró por unos años, le cuida la casa y sus dos gatos. Sigue explorando formas de hacer familia y parentescos.


 

MARÍA LAURA ALEMÁN



Nació en Buenos Aires en 1957. Es una mujer trans, música autodidacta, compositora, arregladora, directora de coros, cantautora, docente y actriz. Tiene tres hijes y un nieto. Se presenta en conciertos íntimos, donde conmueve con su arte. Por sus composiciones y arreglos corales obtuvo premios de Radio Clásica, del Fondo Nacional de las Artes y de Argentores, entre otros reconocimientos nacionales e internacionales. En 2022, Lourdes Landeira le propuso escribir su historia con eje en lo musical. Tras largas tardes de conversaciones, la vida de María Laura se plasmó en este texto que entreteje biografías y contextos históricos.

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